06/05/2024

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Literatura: Ah-Chuang de la Villa Tienfu

16/01/1976
(Viene del Nº anterior) "Dice bien, Tío Tu", interpuso uno de los hermanos. "eso es lo que te pasó, demasiado trabajo". "Hermano Ah-Chuan", añadió Wan-chuan, "aunque te sientas con fuerzas para volver a trabajar, debes dejar el trabajo por la noche en la imprenta. Eso te arruinó la salud". Ah-Chuang oía sonriendo, sin saber qué responder. Wan-chuan continuó: "De veras, debes dejarlo. Trabajando día y noche estás vendiendo la vida. Sin el trabajo de la noche todavía te puedes arreglar." Los otros tres asintieron con la cabeza. Ah-Chuang sonrió con gratitud, y movió sus labios, pero todavía no encontró palabras. Por fin dijo: "No tengo más remedio. Somos cinco bocas para alimentar, mi esposa, tres hijos y yo. Mi enfermedad apenas duró medio mes, pero el arroz subió a cinco pesos el chino. Lo que gano apenas me alcanza." Por un momento nadie habló, preocupados por el aumento del arroz. Finalmente el Tío Tu miró fijamente a Ah-Chuang y habló con convicción: "Sigue el consejo de un viejo, Ah-chuang. El hombre no sólo debe ganar dinero sino también cuidar a su familia. No está bien dejar a la familia en casa y pasar uno todo el día afuera. A las mujeres no les gusta quedarse solas. La familia sin su hombre no es una buena familia". Los otros manifestaron su aprobación. Ah-Chuang estaba confundido. Su sonrisa desapareció. Por fin murmuró, como desconcertado: "Ah, este. . . no había pensado. Yung-ying nunca se quejó". En ese momento un grupo numeroso salió de una callejuela vecina. Los tambores y gongs ya no sonaban. La función había terminado. Las mujeres conversaban animadamente. Algunos chicos imitaban a los guerreros que habían visto en el drama. Wan-chuan se adelantó y gritó a los chicos que gesticulaban: "He! Qué tal fue la función? Mucha pelea?" "No fue gran cosa, Viejo Wang", gritó un muchacho en respuesta. "Una historia de adulterio; una mujer infiel que mata a su esposo y el espíritu de él busca venganza. Cosas para las mujeres". Todos se rieron entre dientes. El Tío Tu largó una risita mirando a Ah-Chuang. Este no era aficionado a ese teatro y aunque le hubiera gustado reírse con los demás, no lo pudo hacer. Pero los demás parecían gozar de la situación; cuando uno dejaba de reir otro comenzaba a hacerlo. De pronto Ah-Chuang se sintió disgustado. Volviéndose al viejo dijo: "Me tengo que ir, Tío Tu; cuando tengan tiempo vengan a mi casa". La risa cesó y todos lo miraron al mar­ charse. El procuró oir lo que decían mientras se alejaba, pero ellos guardaron silencio. Sólo al doblar en una esquina alcanzó a oir el murmullo del viejo: "El problema es que Pie largo Kao se aprovecha de su simpleza" En ese momento otro grupo que volvía de la función lo alcanzó, envolviéndolo en sus conversaciones ruidosas. Las palabras del viejo retumbaban en sus oídos - parecía como si la tierra se abriera y se derrumbara y él caía y rodaba sin poder apoyarse en nada que le diera estabilidad. La multitud era como un remolino que lo empujaba de aquí allá como en medio del vértigo. Se encontró apoyado contra una pared, solo. Todos los demás habían pasado adelante. Estaba empapado en sudor, como si hubiera salido del agua. De pronto se sintió avergonzado de sus sentimientos, de sus dudas de un instante antes. Se puso su sombrero de paja y continuó lentamente su camino a su casa. Su hija, Hsiao-ying, sentada junto a la puerta, saltó al verlo: "Papa, mama te está esperando con la cena", gritó. "Ya hemos quemado el incienso". (Ofrecido a Kuan Yin en su festividad) Corrió hacia él, extendiéndole sus bracitos. El la acarició murmurando suavemente y entró con ella de la mano. "Ah-Chuang, has vuelto?" La voz de su esposa venía de la cocina, entre ruidos de platos y tazones. "Sí", respondió él brevemente. Ella no salió. El hijo menor, Ah-ju, sentado en el piso de cemento, jugaba con una piedras y en ese momento se llevaba una a la boca. Ah-Chuang dejó la mano de su hija y levantó a Ah-ju. "No, no, hijo". Le sacó la piedra de la boca y la tiró, mientras los ojos del chico la seguían. Se sentó en una silla, dejando su sombrero en otra. Comenzó a amacar al chico en sus rodillas, mirando fijamente a la puerta que llevaba al dormitorio y comedor. Después de un momento dejó de amacar, sin darse cuenta de ello. Sus ojos eran sombríos en su cara decaída; su cuerpo estaba rígido, como de piedra. El chico lo miró y se asustó; dejándose caer de sus rodillas, fue a buscar su piedra; pero Ah-Chuang no lo notó. "Está la comida" llamó Yung-ying desde la cocina; y sus palabras sonaron con aspereza. Oyendo esa voz, Ah-Chuang saltó como si hubiera recibido un choque eléctrico. Dando uno o dos pasos, se sintió disgustado consigo mismo, sin saber porqué. Se detuvo para alzar nuevamente a su hijito. Su hijo mayor, de siete años, entró en ese momento, soplando burbujas con mucha atención. Dentro había un cuarto grande, usado como dormitorio y comedor; la parte destinada a dormitorio estaba elevada casi un metro del suelo y cubierta con "tatami" de paja. Yung-ying vino de la cocina, secando sus manos en el delantal conque cubría su vestido. Empujó hacia el centro la mesa redonda que estaba en un rincón. Al quitarse el delantal y mover hacia atrás el pelo de su fuente, vió a su hijo mayor y le gritó: "Escupe enseguida lo que tienes en la boca y anda a lavarte las manos!" El chico se negó y ella lo arrastró hacia la cocina. Poco después el chico volvió obedientemente a la mesa. Hsiao-Ying había puesto los palillos en la mesa y llenaba los tazones con arroz. Yung-ying volvió con una olla pequeña que puso en la mesa frente a su esposo, apartando a Ah-ju de su padre. "Caminaste mucho?" Por primera vez lo miró fijamente. "Porqué... ? "Estás pálido. Habrás caminado mucho y te has agotado". Con eso, empezó a dar de comer al chiquito. Agotado. Le dió vueltas a la palabra por un momento, antes de empezar a comer el puchero de la ollita. Un pequeño plato de pollo estaba también frente a él, en atención, a su enfermedad; los ojos de los dos chicos mayores miraban al pollo con deseo. Al notarlo, Ah-Chuang tomó algunos trozos con sus palillos y se los dió. Rápidamente el plato quedó vacío. Yung-ying comió de prisa, alimentando al chiquito al mismo tiempo. De pronto levantó la cabeza como si se le hubiera ocurrido algo. "Porqué no alquilamos la sala? Chung Chin-mu, el verdulero, quiere un cuarto. Nos pagará doscientos por mes". "Chung Chih-mu? No lo conozco; quién te lo presentó? " Ella vaciló: "Bueno ... Pie largo Kao; él le dijo a Chung Chin-mu que teníamos un cuarto libre". Pie largo Kao. Repitió el nombre en silencio. Dominado por un gran disgusto dijo: "No quiero alquilar". "Pero porqué? " La respuesta inesperada la había sorprendido. Poniendo su tazón de arroz sobre la mesa, miró a su esposo. El comprendió que debería dar alguna razón, pero no la pudo encontrar. Varias veces había pensado en dar ese cuarto en alquiler para pagar la deuda. No hacía mucho tiempo, después de volver del hospital, lo habían discutido. Ahora ella lo miraba fijamente, los palillos todavía en el aire, tratando de encontrar una explicación. Alguién llamó de afuera. Ella respondió, volviéndose para ver quién era. La viuda Chang, vestida con mucha elegancia y sonriente acababa de entrar. "Todavía comiendo?", preguntó. "Siéntese, coma con nosotros", invitó Ah-Chuang, bajando sus palillos. "Muchas gracias, ya comí"; la viuda hizo un gesto negativo con la cabeza y se dirigió a la esposa: "Hermana Yung-ying, vas a la función?" "Sí". "Pensé que irías; vamos juntas?". (Continuará en el Nº próximo)

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