03/05/2024

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Literatura: Ah-Chuang de la Villa Tienfu

26/01/1976
(viene del N° anterior) "Bueno. . . pero. . ." Yung-ying vaciló, luego continuó: "Mejor que vayas primero; yo iré más tarde, si consigo que los chicos se duerman. Si nó, no iré". La viuda Chang mostro su decepción. Hubiera querido decir algo para persuadir a Yung-ying, pero notando que su tono había sido frío y que parecía descontenta, no insistió. Al despedirse, miró a Ah-chuang con una sonrisa algo irónica; él se sintió más confundido. La familia siguió comiendo. Ni ella ni él volvieron a hablar de alquilar el cuarto. El tomó sólo un tazón de arroz, la tercera parte de lo que solía; pero ella no lo notó. Terminó su comida apresuradamente y llevó a los dos chicos a bañarlos. La hija, Hsiao-ying, levantó la mesa y la limpió. Sin nada que hacer, Ah-Chuang se acostó en la coma de bambú, en el cuarto junto a la cocina. Sus ojos descansaron sobre el "tatamí" donde antes había dormido con su esposa e hijos. Después del nacimiento de Ah-ju, cuando tomó el trabajo nocturno en la imprenta, había comprado esta cama de bambú, que puso junto a la pared, frente a la plataforma del tatamí; no quería despertar a su familia, cuando debía salir a medianoche. Al principio no había pensado en dormir siempre solo en esa cama, pero se había acostumbrado hasta el punto de no pensar más que en dormir en cuanto se acostaba; a veces ni siquiera se desvestía. Cumplido el mes después de dar a luz, Yung-ying no dijo nada de que él volviera a dormir en el tatamí; con eso, la cama de bambú se había convertido en su dominio exclusivo, a no ser cuando su chico mayor la usaba para jugar, saltando en ella para divertirse con los crujidos que daba. Su madre le gritaba entonces: "Bájate; vas a romper la cama de Papa". En esa cama estaba él ahora, sin poder dormir. No le había sido posible dormir en las dos semanas que llevaba de convalecencia en casa. Durante el día, cuando los chicos no estaban en casa, podía dormir, pero por la noche se pasaba mirando a las ventanas hasta que el resplandor del día las iluminaba. Cada noche se le hacía más larga, viendola pasar. De pronto quiso fumar. En los diez años desde que había dejado el cigarrillo era la primera vez que experimentaba un deseo verdadero. Cuando era jóven, el solo pensamiento del cigarrillo le hacía arder la garganta. Ahora sintió el ardor en su corazón; anheló aspirar profundamente y después arrojar con el humo todo lo que le retorcía el corazón. Algo parecido al aire comprimido, presionaba en su pecho, haciendolo intranquilo y molesto. Hubiera querido explotar en una tormenta de furia o algo semejante, para librarse de su sufrimiento. Pero no sabía cómo hacerlo. Por muchos años se había habituado a reprimir sus emociones, y no sabía cómo darles rienda. "Compro ... plumas... de pato ... compro. . . botellas. . .viejas..." El tono monótono de esa voz que ya le era familiar en las dos semanas últimas sonó afuera. Nadie en el vecindario lo llamaba, pero ese hombre venía lo mismo y se había hecho la norma de completar su gira aquí cada anochecer. El dejo prolongado de su voz hizo cerrar los ojos a Ah-Chuang mientras trataba de imaginarse su aspecto. "Debe de ser de unos cuarenta, flaco, débil. .. y solitario". No le tomó mucho tiempo formarse esa imágen; inconcientemente aplicó su propia apariencia al comprador. "Compro ... botellas..de .. vino ... La voz se alejó gradualmente Ah-Chuang pensó que esta noche sonaba especialmente monótona y suave. Con un resabio de tristeza. Se dió vuelta en la cama mirando a la cocina; el canto del comprador siguió resonando en su mente. En la cocina, el chico mayor se había bañado y se estaba vistiendo; Yung-ying secaba al más chico, parado en medio de la gran palangana. Mientras secaba la espalda, los oyos de Yung-ying miraban al agua, pero su mento estaba en otra parte. El chico se impacientó y pateó el agua que salpicó la cara de su madre. Ella levantó la cabeza mirandolo enojada y le dió una palmada en el trasero. "Hsiao-ying, lleva a tu hermano a la cama", llamó. La chica había lavado los platos y al oir el llamado de su madre, fue y levantó al chico en brazos. "Llévame a la función, Mama", imploró con esperanza en sus grandes ojos. "No, no querida, te llevaré otra vez", respondió su madre impacientemente mientras secaba los pies del chiquito. La chica, decepcionada, se apartó con el niño en brazos y seguida del otro hermanito. Llévala! Ah-Chuang estuvo a punto de gritar. Porqué no la llevas, porqué? La pregunta era para él mismo. Se dió vuelta murmurando algo y enterró su cabeza en el acolchado bordado de rojo, quedando allí inmóvil. Oyó a Yung-ying echar agua en el lavatorio, después el sonido ligero de sus zapatillas de madera, y el ruido del portazo de la puerta al cerrarse. El ruido, aunque no muy fuerte, lo sacudió sintió un escalofrío, como temiendo una paliza. Poco a poco volvió su cara hacia la pared y apoyó su oído contra ella. Nunca habia espiado a su esposa bañandose; nunca se le había ocurrido. Pero ahora escuchaba con atención a través de la pared de madera. Se concentró tanto en eso que no se dió cuenta de su comportamiento desacostumarado. La pared era de planchas de madera áspera que hirió sus mejillas y oreja; pero él no lo notó. Contuvo la respiración para escuchar, su boca entreabierta. La oyó desabotonarse la camisa y dejar caer la pollera; comprendió que luchaba para sacarse la enagua, finalmente lo oyó tirar sus ropas al armario contra la pared. Algo, probablemente los botones de la camisa hicieron un breve repiqueteo al golpear contra la pared. Un calor que parecía venir a través de las planchas de madera, subió por sus mejillas. Enrojeciendo, se maldijo y apartó la cabeza. De pronto ella empezó a tararear un canto, una melodía suave en vos baja. No recordaba haberlo oído; sin embargo, le despertó alguna memoria de su niñez. El canto como un murmullo parecía una conversación en la cama a medianoche y evocaba algo que podía sentir pero no identificar. La puerta se abrió de golpe. El se incorporó, sintiendose avergonzado. Se levantó y fue a ver a su hijito. Ah-ju sentado en las rodillas de Hsiao-ying, contemplaba a ella y a su hermano que contaban semillas de pomelo. El hijo mayor jugaba junto al puesto de frutas de su padre durante el día y recogía semillas de pomelo que contaba cuidadosamente y ponía en una vieja lata de té antes de irse a dormir. Eran su tesoro. Los ojos de los chicos se fijaban en las semillas que caían una a una en la lata mientras el hermano mayor las contaba: cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y una. . . No habían visto a su padre junto a ellos. Como si lo hubieran rechazado, se apartó. Yung-ying añadió una pala de carbón a la cocina y la cerró. Volviendose a él le dijo: Ah-Chuang, tu agua caliente está lista". El fue en silencio a la cocina. Yung-ying fue a trearle una camisa y calzoncillos limpios y los puso en una silla. Después que ella cerró la puerta, él empezó a bañarse, vertiendo el agua sobre su cuerpo delgado. Comenzó a secarse y al pasar la tohalla por sus costillas, se sintió invadido por un fuerte sentimiento de autocompasión. En cuerpo y alma se sometió a ese sentimiento; la soledad mordió su corazón como los gusanos en la morera. Suspiró; pero una mirada a las cosas familiares - la cocina, la jarra, el termo, - le devolvieron su sentido de seguridad. El suave canto de cuna de Yung-ying afuera y el vapor que subía del baño alejaron su sentimiento de soledad. Se vistió y se sintió descansado. Cuando salió de la cocina, la chica y el chico mayor habían salido a jugar con sus amigos. Yung-ying se apartaba con cuidado del pequeño que dormía. Al ver a su esposo le preguntó: "Ya te bañaste? "Si", dijo él. En la casa reinaba el silencio y ninguno de los dos sabía qué decir. Ella bajó suavemente del tatamí y empezó a arreglarse para salir. (Continuará en el N° próximo)

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