29/04/2024

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Literatura: Mañana de Chao-ti

26/03/1976
Por Chen Hsiu-mei

(viene del Nº anterior)

"Chun-sheng se va a casar", volvió a repetir. Esta vez se sintió más tranquila. Sacudiendo la cabeza murmuró: "Mejor no pensar. . . tengo mucho que hacer". Aspiró profundamente el aire de la casa, todavía cargado con el olor de grasa del día anterior, y dió vuelta al paño para frotar otra mesa rápida y mecánicamente.

Después de limpiar todas las mesas, Chao-ti se enderezó y respiró profundamente. Fuera de la casa estaba muy claro, pero dentro estaba sombrío. Miró a las paredes. Una tenía horarios de ferrocarriles, anticuados y nuevos. Frente a la puerta estaba el menú, escrito en grandes caracteres en hojas de papel rojo y verde. "Fideos con hígado frito, 5 pesos el plato". "Sashimi, precio corriente". "Sashimi" era el pescado crudo, al estilo japonés; todavía les gustaba a algunos viejos.

Después sus ojos se posaron sobre el almanaque; tenía una belleza extranjera que sonreía con voluptuosidad invitadora; su cara brillante y sus blancos dientes iluminaban esa parte de la pared. Ese almanaque lo había traído el segundo hermano de Chao-ti. Solía hablar de "arte", de lo cual Chao-ti sabía muy poco. Mirando ahora a la beldad semidesnuda, experimentó como un sentido de belleza que le parecía diferente a cualquier otra forma conocida.

De pronto descubrió que los rizos negros y lustrosos de la beldad en el almanaque eran semejantes a los de su amiga Chun-sheng. Inconcientemente tomó y apretó contra el pecho su largo cabello, trenzado y sujeto con una cinta de seda roja. Inclinó la cabeza para mirarlo y lo acarició con las puntas de los dedos. Era seco y sin brillo, como paja de arroz dejada en el campo. Lo peinó con los dedos. Cerrando los ojos le pareció ver a una chiquita hamacándose en el patio de una escuela, su largo cabello flotando detrás al viento, renegrido y brillante, más suave que el de Chun-sheng.

Pestañeó y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Tenía su seco pelo en la mano, mirando sus extremos amarillentos a través de las lágrimas.

Algo más tarde se dió cuenta de las lágrimas, y las secó con la manga.

Un vendedor ambulante de edad mediana, con dos canastos vacíos a la espalda, se dirigía a la fonda. Chao-ti levantó la cabeza y empujó su largo pelo hacia atrás. Volvió la cabeza, mirando al hombre. Sin saludarlo, volvió a mirar los rizos nubulosos de la beldad extranjera en el almanaque.

En ese momento, la dueña de la fonda vecina levantó la voz gritando una bienvenida al presunto cliente.

"Venga, entre señor! Venga, siéntese! Quiere arroz o fideos? Tenemos los fideos especiales de Changhua! "

Chao-ti podía oir la áspera voz de un hombre en la cocina vecina y la batahola de los chicos, seguida por el golpear de la espátula contra la sartén. Chao-ti se volvió y caminó hacia la plataforma.

En su casa reinaba el silencio. El hipnótico tic del viejo reloj llenaba el cuarto. Afuera, el sol resplandecía calentando. La gente caminaba de prisa y algunos se cubrían la frente con la mano para defenderse del sol. Chao-ti tomó un puñado de arvejas en sus vainas y comenzó a abrir las vainas para hacer algo.

"Chao-ti"

Su madre la llamó desde el obscuro cuarto interior.

"Eh?", respondió ella sin moverse. Era un hábito de su madre, llamarla cuando había silencio en la fonda. Quería asegurarse de que su hija estaba allí. En los diez años últimos se había acostumbrado a confiarse en ella.

Su madre había sufrido una gran decepción con su nacimiento, pues esperaba un varón. Pero años más tarde, casi inmovilizada por la artritis, había encontrado en Chao-ti su consuelo y su apoyo.

"Tomó demasiado tu padre anoche?" "Sí, mamá. Ya sabes, esos amigos en la vinería", respondió ella con un suspiro, la­ vando las arvejas frescas de otro cesto.

"Chao-ti, no he visto a mi hijo mayor por varios días".

"El está bien, mamá. Pronto irá al servicio militar; ya lo sabes".

"Ah, sí, ya sé".

Continuó murmurando consigo misma. Chao-ti no distinguía las palabras pero sabía que su madre se quejaba de sus infortunios, y de la ingratitud de sus hijos a quienes había dado a luz con tantos sufrimientos.

"Chieh-chieh!" (hermana mayor)

Tres chiculeos vinieron corriendo y gritando. Sus manos y pies estaban llenos de barro, sus narices y frentes manchadas de sudor y polvo.

"Ay!" Chao-ti frunció el entrecejo y mostró una cara severa. "Dónde han estado para emporcarse así!"

"En la casa de Hsiao Kai-kai". Las tres caritas se levantaron, los ojos brillantes y la sonrisa en los labios. Cambiaron miradas entre sí y fijaron nuevamente sus ojos en su hermana, con expresión de timidez y esperanza.

"Chieh-chieh, la hermana de Hsiao Kai-kai le compró un gran auto" uno de los chicos dijo gesticulando son sus deditos.

"Chieh-chieh, uno toca algo en el auto y sale corriendo" explicó otro con tono en­ vidioso, señalando con su índice.

"Cómpranos uno, Chieh-chieh", gritó el más pequeño prendiéndose de su pollera y mirándola con ojos suplicantes. "Hsiao Kai-kai no nos deja jugar con el auto!"

Con las manos en las caderas Chao-ti se inclinó para oirlos: la severidad del rostro se derritió como nieve en la primavera dando lugar a una bella sonrisa.

"Bueno, hermanitos, ya lo pensaré. Ahora vayan a lavarse ese barro".

Los tres chicuelos volaron al interior como gorriones, empujándose uno al otro. Ella los miraba sonriendo.

El reloj emitió su carraspeo y comenzó a dar la hora. Ella echó una rápida mirada: las once. Instintivamente se apresuró hacia la cocina y comenzó a limpiar las sartenes. Arriba de los hornillo había una ventana de alambre tejido, llena de hollín y grasa. Algunos rayos de sol se abrían camino entre resquicios de la ventana, iluminando la cocina; las sartenes brillaban con luz dorada.

Se arrodilló para abrir las puertecillas de los hornillos y crear una corriente de aire. Mientras abría la canilla para lavar la pileta podía oir los cantos taiwaneses de moda de una radio en la heladería vecina. Los sabía tan bien que enseguida empezó a tararearlos en voz baja. Lavó una tabla y picó en ella varias cebollas después de quitarles la capa exterior. Formó varias flores con las cebollas; era una habilidad de que antes se enorgullecía y que había aprendido desde nuy chica.

Dos estudiantes de secundaria entraron; podía oír sus pisadas. Con la frente transpirando secó sus manos en el delantal y se adelantó a recibirlos.

"Siéntense, jóvenes. Hace un calor terrible. Qué desean hoy? Arroz o fideos hervidos? "

Oyó entonces pasos pesados en la escalera del ático. Chao-ti supo que su padre había despertado de su borrachera y bajaba a ayudarla.

"Ahora empieza el trabajo", murmuró para sí.

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