01/05/2024

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Portón Rojo

16/06/1976
(Por Ma Shen-ching, nacido en Hangchow. Se recibió de la Universidad Nacional de Taiwan en 1958. Suele escribir con el pseudónimo de "Sung Ching".)

Acababa de telefonear, y Hsiao-ling le dijo que lo esperaría en casa. No la había visto en cinco meses. Si no la hubiera en­ contrado el otro día cerca del Cine Nueva Vida y si ella no lo habiera llamado saludándolo, y si Chang no hubiera salido con sus ideas que lo resolvieron a tomar las cosas a la ligera, no se hubiera atrevido a ir hoy a hacerle esa visita.

Se detuvo frente al portón chapeado de estaño y pintado de rojo brillante, mirando dudosamente al auto color crema parado a la izquierda. El sol de la tarde otoñal brillaba sobre su bien planchado uniforme militar. Miró a su reflejo en la puerta, se ajustó el quepis militar y tocó el timbre de la puerta.

A poco se abrió la puerta. Primero apareció un gran perro de policía que gruñía mientras lo miraba con tanta fiereza que él consideró prudente dar un paso hacia atrás. Después se dejó ver la cara redonda de un sirviente, que vestía una camisa blanca y limpia. Mirándolo de arriba abajo fríamente, el sirviente le preguntó qué quería y si era el quien acababa de telefonear. Después de considerar sus respuestas detenidamente, decidió dejarlo pasar.

Se aproximó a la casa haciendo ruido con los clavos de sus zapatos mientras el sol ya inclinado proyectaba sombras acortadas a través de la puerta de reja sobre los varios pares de zapatos muy bien lustrados que estaban en el piso de cemento. Se detuvo un momento, indeciso. Pero las palabras de su amigo Chang se habían fijado en su mente, y sin preocuparse que nadie saliera a recibirlo, pasó por la puerta de reja. Se detuvo esta vez ante el escalón donde se cambian los zapatos, y se quitó el quepis, teniéndolo en la mano.

A través de las puertas corredizas de papel, que estaban cerradas, oyó el sonido de piezas de mahjong. Era casi exactamente como la última vez que había venido aquí, y hasta el clima era semejante. Pero aquella vez había sido en primavera y ahora era otoño. Aquella vez había estado aquí por lo menos diez minutos. Le venía bien estar preparado esta vez. No pienses demasiado, se dijo. Has venido a ver una amiga de hace medio año; te gusta; qué te importa el ambiente?

De pié allí, recordó que cinco meses antes se había retirado con gran enojo porque Hsiao-ling lo había hecho esperar diez minutos. El pensó entonces que eso era indicación de que ella no deseaba realmente su visita, por lo que se había ido después de unas pocas palabras. Pero con eso, la había sorprendido y humillado. En aquella ocasión, su sensibilidad lo había puesto nervioso y se había dejado guiar por sus impulsos.

Ahora vió abrirse la puerta a la izquierda y salir a la criada de cara larga y pecosa, quien lo examinó de pies a cabeza y después miró a otra parte, como si él no mereciera su atención.

"Usted ha venido antes, verdad? Tome asiento en la sala. La señorita vendrá en un momento". Hablaba con la tonada monótona de Kiangsu, sin dignarse mirarlo.

El se inclinó para desatar los cordones de sus zapatos, subió al tatami en sus medias verdes remendadas y se puso las zapatillas. La criada ya había entrado y él la siguió a la sala a la derecha. Una carcajada lo recibió detrás de las puertas corredizas de papel que cerraban uno de los lados del cuarto, y una voz baja de varón se burló: "Ah! Realmente eres obstinado! Podías haber "ganado con tu seis, pero debiste esperar por un nueve para hacer el dragón. Mereces haber perdido al banquero". La voz volvió a reír con ironía.

Miró a su alrededor - la sala estaba igual que cinco meses antes, con la sola diferencia que los rosas en el florero de la mesa habían sido substituidas por crisantemos. Podía percibir su fragancia. Puso su sombrero en la mesa y con las manos detrás de la espalda comenzó a caminar de aquí allá sobre la suave alfombre de flores amarillas y verdes. Los paisajes y otras pinturas atrajeron su atención y se acercó a examinarlas.

Cinco meses antes no le hubieran interesado. Había estado tan tenso y nervioso que no podía estarse ni de pie ni sentado, porque entonces había estado a punto de ganarla o perderla. Pero ahora era diferente. Había decidido que ella le gustaba, pero nada más; él no quería a nadie, así que podía mantenerse tranquilo.

Recordó que dos noches antes había ido a remar en el Lago Verde con varias chicas que acababan de recibirse del colegio secundario, y había experimentado una agradable sensación de poder jugar con ellas como si fueran muñecas. Y lo debía todo a las ideas de su amigo Chang. Después de todo, es cuestión de divertirse; no se hace daño a nadie y no es necesario tratar a las chicas como si fueran algo sagrado. Esa noche se había comportado diferentemente; hasta Chang lo había alabado. Pero hoy, todavía no estaba seguro de qué sentiría al ver a Hsiao-ling. (Continuará)

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