06/05/2024

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Literatura: Portón Rojo

26/06/1976
(Viene del N° anterior) La puerta de papel se abrió y Hsiao-ling entró saludandolo con una sonrisa. Tenía un vaso de té en una mano mientras con la otra mano cerró la puerta a sus espaldas. Su cabello estaba muy bien peinado, y caía suavemente sobre el cuello de su blusa rosada. Sus mejillas aparecían ligeramente sonrojadas y sus negros ojos brillaban; era obvio que acababa de levantarse de la siesta. "Lamento haberte hecho esperar tanto" dijo con su voz clara y sonora que él conocía tan bien. El comenzó a sentir nuevamente esa especie de mareo; cada vez que la veía, su corazón se aceleraba y él se sentía como confundido. Se adelantó hacia ella, acercandose mucho; inclinando la cabeza tomó con sus dos manos el vaso de té. Sus manos rozaron las de ella y su corazón golpeó penosamente. Ella lo miró con la cabeza algo hacia arriba y sus mejillas se cubrieron de un rosado más intenso antes de que se le ocurriera invitarlo a sentarse. El se sentó frente a ella, con la mesita entre medio y bebió un sorbo prolongado poniendo finalmente el vaso en la mesa. "Las vacaciones de verano casi han terminado" dijo. Te anotarás la próxima semana. El martes?" "Oh, todavía no he mirado el horario. Si, creo que es el martes". Se rió. "Ves qué distraída soy?" El sacudió la cabeza. No sabía cómo llevar una conversación de cortesía, por lo que no supo qué responder. Se quedaron en silencio. "Todavía te faltan cinco meses, verdad? "; dijo ella mirando al uniforme. "Si, cinco meses. Tienes muy buena memoria". Se rió bruscamente, de modo que él mismo se sorprendió. Hacía grandes esfuerzos para dominar los golpes de su corazón, para actuar con naturalidad, mientras combatía su timidez frente a ella. Ella lo miró con asombro, con sus manos juntas en la falda. Comprimió sus labios. Recordaba que la otra vez él se había ido sin esperarla y que tres días después habia llegado su carta. Y qué carta más gruesa. Ella se había retirado a su cuarto para estar sola y la había leído tres veces, cada una de las cinco páginas. Esa noche hasta se había olvidado de cenar. El siempre había sido reservado con ella y ella no se había imaginado que sintiera hacia ella lo que la carta indicaba. Desde ese día, cada vez que recibía un llamado telefónico su corazón había latido apresuradamente. Pero varios días habían pasado sin ver ni su sombra, y ella había empezado a olvidarlo. No lo comprendía. El había cambiado. La semana pasada se había mostrado tan frío cuando se encontraron en la calle, y ahora se reía en forma tan extraña. "Qué has hecho en las vacaciones?", preguntó él mirandola fijamente. Por fin se había calmado algo. "Qué dijiste? ". Se sentía algo aturullada. "Dije: qué has hecho en las vacaciones? " repitió él comprendiendo que sonaría como un interrogatorio. Había oído que ella se había divertido mucho en el verano, yendo a muchos bailes cada vez con un compañero distinto. "Oh, he leido algo en casa. No me gusta mucho salir". Se había inclinado algo hacia adelante, sonriendole directamente: "Sabes? , he leído algunos de tus cuentos. Muy buenos". "Dónde los encontraste? En realidad no son gran cosa. Te habrás muerto de risa leyendolos" . "Los encontré en ... en ... ; no recuerdo". Se detuvo pensando; después sonrió ingenuamente y preguntó: "Ese del hombre y las dos chicas era una historia verdadera? " "Qué quieres decir? Es un cuento, no tiene que ser verdadero." Ella asintió con una sonrisa tímida y dijo suavemente: "Mi hermana entiende cuentos y poesía mejor que yo. Pero, sabes? , empecé a aprender pintura durante el verano ... " El comprendió que una conversación sobre temas culturales la aburriría. Y de hecho, a él no le gustaba una chica muy aplicada siempre hablando de asuntos literarios, como no le gustaba una mujer artista descuidada. Se sentía atraído a ella porque era viva, linda, con una voz clara y de tono alto, con un paso ligero como el gracioso vuelo de una golondrina. "Has ido al Lago Verde este verano? " Con eso él cambió el tema. "No, no he ido". Ella no comprendió porqué mentía. Sólo dos días antes había ido a remar con tres muchachos condiscípulos El la habría visto? Pensó que se estaba acostumbrando a mentir. "Y tú? Cuantas historias has escrito recientemente?" "No he escrito nada". También él mentía. "Estoy todo el día en mi escritorio en la oficina de aprovisionamiento de mi batallón; por las noches y los domingos salgo, a veces al cine, o voy a pescar o de excursión, paseo un poco por el distrito de los cines y me quedo sentado en un café. El Lago Verde es muy lindo de noche. Cada vez es diferente, especialmente estas últimas noches, con la luna tan brillante. Anteanoche salí con mis amigos y alquilamos dos botes. Una noche espléndida" . Temía que ella pensara que se la pasaba leyendo o escribiendo. Debía ser como cualquier otro jóven, activo, sin tiempo fijo para los estudios, sino siempre dispuesto a dejar los libros y correr a divertirse. Sin embargo, aunque ya no era estudiante, todavía gastaba demasiado tiempo con libros y tinta y papel Pasar un día sin leer algún libro era para él peor que un día sin dormir. Ese hábito de lectura lo airaba consigo mismo por lo que probablemente le hacía perder afuera. Oyó abrirse la puerta corrediza y se asomó la cabeza de la sirvienta de cara larga: "Señorita, teléfono para usted". Hsiao-ling salió del cuarto; él se estiró perezosamente en el sillón, descansando su cabeza en el respaldo y oyendo los sonidos del mahjong en el cuarto vecino. Recordó su primer encuentro con ella, dos años antes en la universidad. Ella tenía una blusa blanca y una pollera floreada y su pelo recogido atrás y cayendo sin trenzar. Llevaba una cartera de estudiante cargada de libros y parecía tan grácil y jóven como una chica de escuela. Sus ojos se habían encontrado y él había frenado involuntariamente su bicicleta. Ella también se había detenido súbitamente, como si una corriente los atrajera. A él siempre le había gustado ese tipo de chica, linda, graciosa, con una claridad de niño en sus ojos que revelaba la ausencia de contactos hasta entonces con las realidades de la vida. El le había clavado los ojos como un idiota hasta que ella, ruborizandose violentamente, había vuelto la cabeza y continuado su camino. Ese mismo día, cuando él almorzaba en un pequeño restaurante cantonés frente a la universidad, la había vuelto a ver. Con un grupo de chicas había salido del portón de la universidad charlando y riendo, mientras su pelo parecía marcar el paso agitandose de un lado al otro. Habían entrado al restaurante abalanzandose a la gran mesa redonda en el centro del salón, como gorriones a un tarro de alpiste. El mozo le había entregado a ella el menú e inmediatamente siete u ocho cabezas se habían congregado junto a ella para decidir qué comerían. Por su comportamiento era evidente que ella sería la que invitaba. Y ella parecía muy contenta de que vieran que podía hacerlo. De pronto había levantado la vista y sus ojos se habían encontrado. La rápida memoria de su encuentro anterior hizo que él bajara la cabeza confundido y comiera apresuradamente. Ahora la puerta se abrió nuevamente. Ella volvió sonriendo, suavizando con las dos manos el pelo junto a su nuca, y se sentó en su lugar anterior. (Continuará)

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