04/05/2024

Taiwan Today

Noticias de Taiwán

Literatura: Lluvia

26/07/1976
(Viene del Nº anterior)

Ku Ai-lan tenía un cuerpo delgado y delicado, casi chato. Era más alta que las mujeres en general y sus hombres eran quizás demasiado anchos. Cuando caminaba y el viento levantaba la estrecha falda de su "chi-pao" mostrando sus piernas flacas y blancas sus hombros huesudos parecían más anchos. Su cutis era muy blanco y suave, tan suave que ni el menor poro era visible, pero en la frente y sienes se podía seguir el delicado trazado de sus venas azules. Desde que empezó a trabajar en la compañía de teléfonos como telefonista, casi no salía al sol, con lo que su piel se había hecho más blanca con un tinte azulado como el de una máscara de yeso recién sacada del molde y todavía húmeda. Tenía una boca muy pequeña con labios delgados y muy rojos, aunque secos y con fisuras. Si como dicen, las facciones pueden representar el carácter de una persona, la nariz de Ai-lan era típica de ella - recta, larga y huesuda, como tallada de marfil, cada curva cortada delicadamente, sin la tosquedad de las narices redondas y carnudas. Su tipo de nariz era como para llevar anteojos y Ai-lan era miope hasta el punto de más de cuatrocientos grados. Sus ojos no eran grandes pero eran largos y cuando sonreía con sus labios apretados sus ojos resplandecían tras los lentes y se mostraban muy atrayentes.

Ku Ai-lan no era bonita, como se puede ver, pero tampoco se la podía llamar fea. Era de esas mujeres siempre bien arregladas, sin una arruga en su vestido ni un pelo fuera de lugar. Las líneas de sus medias siempre estan rectas; su pelo siempre bien peinado, con la raya recta y clara. Toda su persona era enteramente como debía ser - pulcra, correcta, limpia, pero aislada y solitaria, casi como el modelo blanco y negro de una caja de tapado.

Cuando Ai-lan vino a Taiwan con su tío, tenía veintiséis años. Ya había estudiado dos años de universidad, pero entonces había contraído tuberculosis, lo que la había obligado a suspender sus estudios y descansar por tres años. Vivió con su tío esperando que sus padres y hermanas y hermanos vinieran a juntarse con ellos, pero el continente había caído antes de que pudieran hacerlo, y no llegaron noticias de ellos.

A Ai-lan no le agradaba vivir a costa de su tío. Su tía era de Hunan y a Ai-lan no le gustaba la comida picante que ella servía; se le inchaban los labios y se le partían más que de ordinario. Ai-lan prefería zapatos livianos y chatos en gris claro o azul obscuro, pero su prima Pai-pai o "Bebe" como ella gustaba llamarse, era aficionada a zapatos de taco muy alto en rojo vivo. Su tío fumaba tabaco barato que venía en cajas redondas de metal y cuando Ai-lan lo olía se le secaba la garganta. Otra cosa en la casa de su tío que molestaba a Ai-lan era una pintura al pincel y tinta negra que colgaba de la pared de la sala. Era una pintura de algunos bambúes, delgados y desnudos, inclinados por el viento; parecían como enteramente solitarios y fuera de lugar.

Pero algo ocurrido cinco años antes le había hecho del todo imposible permanecer por más tiempo en la casa de su tío. Era el tercer día después de su disputa con su novio, Ma Tse-chen. Su tía había estado muy quejosa ese día; la cara se le había hinchado, y después de rezongar aquí y allá había salido a donde estaba Ai-lan, y allí concentró su enojo en una gallina que no había puesto huevos en dos semanas.

"Eh, te has olvidado lo que eres? Una hembra que no pone huevos... no temes cortar la línea de la posteridad... ?" Después, volviéndose a Ai-lan, añadió: "Hija, no me interpretes mal. Soy tu tía y nunca me quejaría de tener una boca más que alimentar... Pero debo vigilar a estos animales!"

Ai-lan la oyó con el ceño fruncido y después tranquilamente fue a su cuarto y comenzó a preparar su valija. La tarde siguiente tomó su valija y abriéndose camino entre los brazos que pretendían detenerla salió a la cortada de pedregullo, su entrecejo todavía fruncido.

Como si ella no quisiera casarse y tener hijos! Como si ella no prefiriera ser como una gallina seguida por sus pollitos amarillos y poder olvidarse de la pintura de bambú que colgaba de la pared en casa de su tío! Aunque en el mundo abundaban los hombres, desde que había dejado el colegio en su segundo año, nunca había conocido a un hombre con quien pudiera caminar del brazo por el corredor. Y no era que pusiera sus miras demasiado altas. Era simplemente que todavía no había encontrado el hombre con quien pudiera mantener una conversación muy cerca una del otro. No sabía por qué, pues en toda su vida, contando a maestros, condiscípulos y al portero que tocaba la campana, había tratado con una cantidad de hombres. Siempre los había saludado y cambiado algunas palabras con ellos, pero eso había sido con los ojos bajos y a dos o tres metros de distancia. Todos los muchachos que la habían conocido decían que era una chica muy bien, de lindo cutis y voz agradable. Pero lo decían con la cara inclinada y a la distancia. No parecía que encontraran en ella algo que les hiciera desear acercarse algo más. Ai-lan no sabía explicarse a qué se debía. Tal vez, en su vida anterior había tenido la mala suerte de ofender al dios o diosa que presidía sobre el amor.

Algo que le había ocurrido en su segundo año de universidad sonrojaba sus pálidas mejillas cada vez que lo recordaba. A los principios de las vacaciones de verano había recibido la primera carta escrita en caligrafía artística y firmada con un nombre desconocido. Pronto se familiarizó con eso nombre al repetirse las cartas, llenas de las expresiones ordinarias de admiración y amor. Leía cada una con corazón palpitante y después las ataba cuidadosamente con una cinta azul. Ya había recibido siete cartas y todavía no tenía idea del aspecto del escritor. Era algo exasperante. Por fin lo supo, pero para entonces las cartas ya no venían.

Era un estudiante de cuarto de ingeniería, un tragalibros típico, que después de cuatro años de estudio sintió la necesidad de algo más fuera del blanco y negro de sus libros. Oyó el nombre de Ku Ai-lan ("Ai-lan" significa "orquídea de amor") y el nombre mismo conjuró sentimientos de ternura. Oyó después a otros estudiantes hablando de ella como de "una chica muy bien, de lindo cutis y voz agradable" y eso lo decidió a su aventura epistolar.

Pero en su octava carta, cuando Ai-lan ya estaba considerando una respuesta apropiada, ese muchacho de cabeza mecanizada había incluido una larga lista de vitaminas concluyendo con el comentario; "si usted no usara anteojos, parecería mucho más jóven y bonita".

Qué ridículo! La consideraba demasiado delgada?; o demasiado vieja. Acaso usar anteojos era un defecto? Ai-lan se sintió sumamente ofendida y estrujó la carta convirtiéndola en una bolita de papel y hasta la masticó convirtiéndola en una masa informe. Las otras siete cartas, atadas con la cinta azul, fueron encerradas en su caja. Al amainar su enojo sintió algún arrepentimiento de haber masticado la lista de vitaminas, pero no mucho después hasta ese arrepentimiento incoado desapareció, porque finalmente había visto al muchacho. Vió que él también usaba anteojos tan gruesos como vidrios de botella. Y lo que la disgustó más fue que él mismo parecía en extrema necesidad de las vitaminas que había tenido el atrevimiento de recomendarle a ella.

Después de su llegada a Taiwan, cuando había empezado a trabajar en la compañía de teléfonos, Ai-lan había conocido a Ma Tse-chen, y salían juntos con mucha frecuencia. Era la primera vez que hacía amistad con un muchacho; era en marzo, cuando tenía veintiséis años.

Ma Tse-chen era un hombre pequeño y delgado, de más de treinta años, de mentón puntiagudo, voz más bien ronca y anteojos algo gruesos. No era de aspecto muy atrayente, pero era buena persona, aunque sumamente obstinado. Si encontraba un obstáculo, cargaba de frente sin dar un paso atrás, con testarudez de animal. Se habían conocido por medio del tío de Ai-lan que lo había invitado a una simple comida familiar. Una vecina, la charlatana señora Liu, fue también invitada, lo que hizo sostechar a Ai-lan que se trataba de una de las tretas de su tía para casarla. Ma Tse-chen, mirando a través de sus anteojos a la silenciosa Ai-lan, de rostro pálido, labios rojos y hombros anchos, también sospechó de qué se trataba. (Continuará)

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