05/05/2024

Taiwan Today

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Literatura: Lluvia

06/08/1976
(Viene del N° anterior) La primer impresión mútua no fue mala, y a lo largo de un año de ir juntos al cine, salir de paseo, comer en restaurantes baratos, con alguna visita al Lago Verde, sus sentimientos no variaron. Ma Tse-chen había tenido una novia, pero rompieron porque la chica insistía en ponerse unos zapatos de taco alto muy fino cada vez que salía con él. No podía soportar ver a las mujeres con tacos altos tambaleandose en los ómnibus, y mucho menos si esa mujer iba con él. La otra razón del rompimiento fue que Ma aborrecía encontrarse mirando a la punta de la nariz de su novia cada vez que hablaba con ella. La primera vez que vió a Ai-lan, Ma le echó una mirada a los pies y respiró con alivio al ver las pantorrillas blancas sobre los zapatos chatos. Como siempre que salían Ai-lan usaba ese tipo de zapatos, su acompañante se sentía muy satisfecho. Cada fin de semana y en los días feriados se citaba con Ai-lan. Al principio Ai-lan gastó bastante tiempo pensando qué debería ponerse para esas salidas; no le gustaban los vestidos claros o diáfanos y aunque era muy aficionada a las faldas de estilo extranjero con enaguas de nilón tieso, no le parecía que eran apropiadas para su edad. En el invierno o al cambiar las estaciones, cuando el clima era fresco, siempre usaba un saquito corto de lana amarilla sobre el "chi-pao". La abrigaba y además la hacía sentir más segura. La relación entre Ai-lan y Ma Tse-chen era fuente de esperanza para su tía y tío. Para Ai-lan era un alivio cuando pensaba en el futuro. En su año de amistad habían hablado de muchas cosas, su concepción de la vida, sus gustos y disgustos y varias otras; hasta habían llegado a ponerse de acuerdo en que se debía poner pimienta al repollo con cerdo frito. Ma Tse-chen le había prometido que no volvería a fumar el tabaco barato en latas. Pero con todo eso, cada vez que se sentaban en el "sanluenche" (triciclo que hacía las veces del taxi) Ai-lan recogía las faldas de su "chi-pao" y se mantenía lo más posible en su lado del asiento. Cada vez que Ma la rozaba accidentalmente, Ai-lan emitía una tosecita confundida. Ai-lan no era como otras; era simplemente lo que era y se aferraba a todos sus hábitos e inhibiciones, sin el menor deseo de cambiar. En el trigésimo segundo cumpleaños de Ma Tse-chen, Ai-lan pidió un día de permiso de la oficina para pasarlo con él. Fueron al cine, pasearon por las calles, comieron fideos con hígado de cerdo en el restaurante Chen Peiping y finalmente, cuando los avisos comerciales de neón comenzaban a encenderse, fueron al Parque Nuevo. Estuvieron dos horas sentados junto al estanque de lotos, rodeado de azaleas. Esa noche Ma Tse-chen mostraba una agitación anormal. Quizás los vasos de vino se la habían ido a la cabeza. Como quiera que fuera, no estaba seguro de lo que había dicho o hecho al correr por la puerta del parque tras Ai-lan, mientras pensaba: "Ha ocurrido de nuevo ... ! ; y recordó a la chica que gustaba de usar zapatos de taco muy alto. Ai-lan por su parte pensaba: "Lo que está mal está mal; eso no se puede cambiar". Al salir del parque Ma Tse-chen había llamado un "sanluenche" para llevar a Ai lan a su casa, pero ella se había negado, apartandose apresuradamente. El se había quedado en la obscuridad, mordiendose los labios, deseando decir algo; pero sólo se le ocurría lo que ya había dicho varias veces en el parque: "... Nos conocemos hace ya tiempo ... Esto no es nada; no pensé que te ofenderías. .. " Al fin había abierto la boca sólo para cerrarla nuevamente y se habían separado. Ai-lan se había apresurado como un tifón. Podía oir sus zapatos sobre el pavimento y el viento que levantaba los bordes de la apertura del "chi-pao", frío en sus piernas. Antes de llegar a su casa había empezado a tronar y relampaguear y siguió después la lluvia que pronto se convirtió en un diluvio para amainar después aunque sin dejar de llover. El día siguiente Ma Tse-chen había llamado a la central telefónica, pero después de unas pocas palabras otro llamado los interrumpió. Sólo después de mucha deliberación Ma se había decidido a llamarla, pensando que sería más fácil pedir disculpas por teléfono, pero no dijo nada que pudiera aplacarla; eso no entraba en su naturaleza. Tampoco podía comprender la mojigatería de Ai-lan. Aún suponiendo que él hubiera hecho algo impropio, ella no debería haberlo tratado así precisamente el día de su cumpleaños. Dos días después, Ma Tse-chen fue a verla y sólo entonces, al llegar a la casa de los tíos de Ai-lan, se enteró que ella ya se había ido. Después fue varias veces a verla en su nueva casa, pero cada vez estuvieron frente a frente sin abrir la boca y sin mirarse de frente, como si no quedara nada que decir. Y además, cada vez que fue, los dueños de casa lo miraban con sus grandes ojos cantoneses, haciendolo sentirse muy incómodo. La había invitado a salir de paseo pero ella, retorciendo su pañuelo había sacudido la cabeza en negativa. La última vez que Ma Tse-chen la había buscado había sido cinco años antes, un miércoles por la noche, cuando ella tenía turno de horario nocturno. El sabía que en ese turno el teléfono tenía menos trabajo entre las ocho y las nueve; tendría entonces más tiempo para conversar y explicarse. Con el tubo en la mano, paso un buen rato antes de que pudiera comenzar a hablar: "Aquella noche, perdóname... no pensé que te enojarías tanto... lo siento mucho. Cuando se te pase el enojo iré a verte". La voz de Ai-lan tembló: "Nunca pense que tú ... es que esas cosas ... " Esa noche había llovido y con el ruido de las gotas sobre el pavimento Ai-lan no podía oir claramente cada palabra. Mientras se mordía los labios, indecisa, lo había oído cortar. Había vacilado por tanto tiempo que quizás él pensó que ella había cortado. Una semana más tarde Ma Tse-chen fue trasladado al sur y se fue sin una palabra. Si Ai-lan hubiera sabido que esa había de ser su última conversación telefónica habría actuado y hablado en otra forma. Después de colgar se había quedado en su lugar de telefonista, con el rostro en las manos, sintiendo el comienzo del arrepentimiento. Pensó que debía haberle dicho que en realidad no estaba muy enojada; que sólo procuraba guardar intacto algo de su respeto propio, lo que le quedaba de testarudez que ella misma no podía entender. Sólo había querido que Ma Tse-chen comprendiera que aunque ya tenía veintisiete años, no era una muchacha "desatada" y no que aceptaba "libertades" de los hombres. Deseaba que él la respetara tanto como la quería. Ni quería deshacerse de sus inhibiciones inherentes; ella era lo que era. Esperó por una semana pensando que Ma Tse-chen ciertamente la llamaría el miércoles siguiente por la noche. Si él repitiera "Iré a verte cuando ya no estés enojada" ella se disponía a responderle inmediatamente, "Ya no estoy enojada; ven". O quizás procuraría suavizar el asunto diciendo "Oh, no es nada; si tienes tiempo ... " El miércoles siguiente por la noche Ai-lan estuvo sentada frente a su central telefónica con los labios apretados y las piernas muy juntas y tensas. Esa noche, después de ajustarse el receptor oyó accidentalmente trozos de conversación: "Si, el Teatro Gran Mundo ... no seas cruel..seguro ... " Ai-lan no quería oir pero las voces se metían en sus oídos. La virtud de un buen telefonista consiste no en evitar oir las conversaciones, pues eso es casi imposible, sino en olvidarse inmediatamente de lo que ha oído. Pero esa noche los "hola, mañana, a la misma hora, el mismo lugar" parecían más numerosos que de ordinario. Sonaban más estridentes que de costumbre y herían sus oídos. Ai-lan cerró con fuerza sus ojos y apretó los dientes, pero no podía olvidarse de esas voces. Ai-lan todavía creía que Ma la llamaría, aunque no fuera esa noche del miércoles. Pero el tercero y cuarto miércoles pasaron tranquilamente; sólo su corazón no estaba tranquilo. Ella estaba allí sentada, con los pies firmemente plantados en el suelo. Pensaba: "Si Tse-chen llamara ahora le diría: No seas tonto; hace tiempo que no estoy enojada; ven a verme". Pero nada pasó. (Continuará)

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