03/05/2024

Taiwan Today

Noticias de Taiwán

Literatura: Lluvia

06/09/1976
(Viene del Nº Anterior)

Era el último día de la vacación especial de Ai-lan, una semana que le habían concedido por su excelente trabajo de todo el año, sin llegar nunca tarde ni irse temprano, sin pedir ninguna licencia. Ya al comenzar su vacación, el miércoles, se había sentido algo indispuesta. Estaba apática y había pasado los dos primeros días en cama. La dueña de casa la había visitado algunas veces, llevándole un plato de arroz o una taza de té. El doctor que la dueña de casa había llamado a pedido de Ai-lan le dijo que sufría una depresión nerviosa causada por debilitación de sus nervios y por el insomnio. No necesitaba medicinas; lo que debía hacer era dejar de preocuparse y salir más al sol.

Al irse el doctor, Ai-lan se obligó a levantarse y abrió la ventana. Quería ver el sol, pero el cielo estaba nublado en esa tarde gris de noviembre. Las flores de noche­ buena en el jardín ya estaban rojas brillantes; una gallina blanca y negra guiaba a sus pollitos bulliciosos.

Ai-lan pensó en lo que el calvo doctor Liu le había dicho: "Qué puede preocupar a una jóven como usted? Es extraño que una chica jóven y bonita como usted tenga esta enfermedad! No sabe que el sol es para la gente jóven? Vaya a un baile, o al cine, o a sentarse en un café y le aseguro que desaparecerán todos sus males. O si no, dese una caminata, tome más sol. Hay algo que le quite la felicidad?"

Era verdad. Por qué había de sentirse desdichada? Por qué no podía empezar a ser feliz? "Jóven y bonita como usted". Jóven y bonita, pensó Ai-lan. Era dos adjetivos que le resultaban casi desconocidos. Treinta y tres años - ay, treinta y tres no era una edad en que se la cayeran los dientes! En realidad, todavía era jóven, y no era fea. Ni tampoco era la única soltera de treinta y tres años en el mundo!

Por qué no se despreocupaba por completo? Qué importaba si Ma Tse-chen se hubiera ido para no volver? Acaso esta voz de los miércoles por la noche no podía ocupar su lugar? Sin duda era un hombre frívolo, pero la había llamado "mi dulce­ cotorrita", algo que nunca se le hubiera ocurrido a Ma Tse-chen. Le había dicho que la esperaba cada noche hasta convertirse en una higuera. Qué importaba si era serio o no? Y qué me importa a mí si la señora de Chang murió dejando solamente dos gallinas? Qué me importa si su hija sabe bordar a máquina? Los puños de sus mangas están siempre renegridos y el botón siempre le cuelga del sweater - por qué preocuparme?

Y la casera, siempre charlando con su acento cantonés, como si tuviera una piedra bajo la lengua. "Ah, señorita Ku, usted es mi mejor pensionista. Aquella señorita Liu que ocupó el cuarto antes que usted, estuvo sólo dos meses pero se tuvo que ir por no cumplir las condiciones. Je je; hasta me mandó la invitación roja. Usted es mi mejor pensionista, la que dura más". Cómo sabe, vieja tonta, que seré la que dura más? Se piensa que estaré siempre en su cocina cociendo mi avena en su hornillo de nafta.?

Ai-lan pensó en todo eso y cuanta más pensaba más se agitaba. Se sentó bruscamente y después se levantó. Sus pies desnudos al tocar el suelo provocaron una corriente fría que le llegó al corazón. Pero Ai-lan sitió como el despertar de una fuerza que la hizo como crecer y sentirse vigorosa. Se quitó el cinturón de su piyama y corrió al ropero. Eligió entre los vestidos que colgaban allí las faldas rojas que nunca había usado. Después sacó una blusa de cuello alto y un sweater blanco. Contrastó el sweater en una mano con las faldas en la otra, observando ambas piezas con mirada crítica, su cabeza algo inclinada. Se preguntó: "Qué estoy haciendo?" Pero otra voz baja y urgente la animó: "Qué esperas? Todavía eres jóven, y bonita; por qué vacilas? Ayádate que Dios te ayudará!" Parecía como con fiebre y los dientes le castañeteaban.

Al vestirse apresuradamente frente al espejo notó que sus mejillas estaban rojas y los ojos le brillaban. Por mucho tiempo no se había sentido tan entusiasta ni se había encontrado tan jóven y atrayente.

Cuando la casera vino con el termo de agua caliente, Ai-lan ya se había vestido y se estaba pintando los labios con la cara muy cerca del espejo. La dueña de casa se quedó boquiabierta por un momento. "El doctor Liu es realmente un médico de primera! señorita Ku, se siente enteramente bien? Va a salir?"

Ai-lan sonrió frente al espejo, asintió con la cabeza y se volvió agitando la mano en despedida.

Al salir del salón de belleza Mei Hua, el perfume de gardenia del fijador del cabello todavía la acompañaba. Su cabello estaba muy alisado sobre la cabeza y el viento le hizo sentir frío en la nuca y las orejas. Tomó un "sanluenche" indicando la calle Heng Yang en el distrito de los cines. Viendo a las muchas personas que buscaban sus diversiones, cerró los ojos y pensó: "No estoy enferma; estoy bien; tengo tan buena salud como ellos. He carecido de algo en mi vida por haber sido tan testarura. No quiero renunciar al pasado pero ahora quiero buscar algo nuevo!"

Decidió hacer algunas compras, algunos cosméticos y tal vez alguna cosita especial. Nunca había sido tan extravagante; compró una cinta para el cabello, de terciopelo negro con incrustaciones de perlas artificiales, un frasco de perfume Soir de París y dos pares de medias de seda. En la vidriera de una tienda en la calle Chengtu, vió una pulsera rosada con cristales y también la compró. Sentada en un "sanluenche" con su paquete se sintió asombrada de su extravagancia, pero también algo orgullosa. Podía hacer esas compras, y no era vieja, conservaba el deseo natural de las mujeres por la belleza.

Cuando el vehículo pasó frente al cine Hsin Sheng, pedaleando entre la multitud, Ai-lan sintió como si todos los hombres en la calle la estuvieran mirando. Miraban su rostro o sus faldas? No lo sabía, pero experimentó una timidez nerviosa, no su tristeza habitual. Cuando el conductor del "sanluenche" se disponía a doblar por la calle Heng Yang, lo detuvo, le pagó y con sus paquetes en las manos caminó hacia el cine Hsin Sheng. El hombre corrió tras ella para darle un paquete que había dejado, un paquete redondeado que indicaba claramente que también había comprado ese artificio tan popular para dar realce a la figura femenina. Recibió el paquete con alguna confusión y apresuró su paso entre la multitud.

Vió el nombre de la película que se estaba pasando sólo después de haber comprado una entrada de uno de los revendedores callejeros y entró al cine. La estrella era un actriz italiana con una figura espectacular y el film tenía cantidad de escenas que elevaban la temperatura. En medio de la función Ai-lan estuvo a punto de irse porque el cuchicheo de la jóven pareja a su lado la ponía nerviosa. Pero con una sonrisa dirigida a sí misma volvió a sentarse.

Al terminar la función y salir del cine vió que estaba obscuro y las luces de neón, próximas y lejanas, de los restaurantes, tiendas y cafés competían en brillo. Ai-lan llamó un "Sanluenche" y dijo al conductor que tomara la calle Chung Hwa hacia la estación del ferrocarril. Quería ver a Taipei por la noche. Hacía mucho que no había andado por allí de noche. El sonido de una sartén y otros instrumentos de cocina se dejó oir desde un restaurante ubicado sobre Chung Hwa; en esa zona muchos tomaban algún bocado después del cine o en camino a un salón de baile. Ai-lan no tenía hambre sino sed; la garganta le ardía. En el cine había comido tres naranjas, pero todavía sentía los labios secos y los remojaba con la lengua. El viento soplaba en su nuca y sintió un escalofrío. De pronto emitió un suave suspiro, pero sacudió la cabeza como si quisiera olvidar algo. (Continuará)

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