07/05/2024

Taiwan Today

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Literatura: Lluvia

26/08/1976
(Viene del N° Anterior) Otro hábito fijo en su vida era ir al banco a depositar dinero. En los años pasados ya había depositado una linda suma. No tenía grandes gastos, no iba al cine con frecuencia, no compraba zapatos de tacos muy altos, no acostumbraba a comer entre comidas y no tenía mucho apetito. Parecía como si no tuviera oportunidad de gastar dinero, o tal vez no experimentaba el impulso de gastar. Año tras año la suma en su cuenta del banco había ido creciendo. El primer año después de la partida de Ma Tse-chen, cuando entregaba su rollo de dinero en el banco, pensaba tímidamente que quizás, en el futuro no lejano, vendría para retirarlo. Pero en los años siguientes sólo había hecho más depósitos. Cada pocos meses iba una vez al banco; y no sabía para qué ahorraba o para quién ahorraba. En todo ese tiempo, fuera de algunos vestidos necesarios, Ai-lan casi no había gastado en ropas. Sin embargo, la primavera pasada, caminando en la calle Heng Yang, había entrado en una tienda y no sabía explicarse cómo había gastado varios cientos de NT en una pollera de seda roja con grandes rosas negras. Las flores prominentes sobre el fondo rojo parecían recordar una danzante española, apasionada como el fuego, con largo cabello flotante. Pero no entendía por qué había comprado esa pollera. Quizás no había sido sólo un impulso del momento sino más bien algo dentro de sí, algún sentimiento reprimido por mucho tiempo, demasiado fuerte para ser eliminado. Al regresar a su cuarto, Ai-lan midió la pollera sobre su cuerpo. El talle era algo grande, pero, por lo demás, le caía perfectamente. Pero al levantar su rostro y verse en el espejo, su cara pálida, sus ojos apagados y sin vida, tiró la pollera al suelo y se dejó caer sobre la cama. En los tres meses últimos, la paz en la vida de Ai-lan había sido despedazada por una voz. Había ocurrido en un miércoles por la noche, cuando Ai-lan trabajaba en el turno nocturno. Había conectado su línea por última vez, y mirando al reloj se disponía a desconectar y salir cuando de pronto la luz roja en el tablero se encendió. Se puso nuevamente el auricular mientras decía "Hola? " Oyó entonces una voz varonil y profunda: "2-1-4-5-8-3?" Ai-lan vaciló, después dijo con voz cansada: "Señor, se ha equivocado, Taipei no tiene líneas de seis números". El otro permaneció en silencio por un instante, y después agregó: "Oh, no es un error. No me he equivocado. No se acuerda de mí?" "Qué?" Ai-lan se sorprendió. "No es error, la buscaba a usted; su voz es tan dulce. . ." Ai-lan se sintió agitada. No era raro que alguien tratara de flirtear con las telefonistas, pero lo que agitó a Ai-lan fue que ocurriera en un miércoles por la noche. Sin quitarse el auricular esperó nerviosamente que el otro dijera algo más, aunque sabiendo que sería algún borracho, un idiota o simplemente un donjuan, y que cualquier cosa que dijera no sería más que alguna frivolidad sin sentido que no podría tener ningún significado para ella. Pero estos años habían sido tan solitarios, tan aislados; ella anhelaba desesperadamente algo nuevo, que cambiara la monotonía de su vida. Y esa voz varonil, al penetrar en su oído, le había traído una agitación tan intensa como si hubiera tocado algo sumergido muy hondo en su sangre, como si hubiera despertado una fuente de energía. Porque la voz había dicho: "La buscaba a usted", y en los cuatro o cinco años pasados nadie le había dicho esas palabras. Esa noche lo último que la voz había dicho fue: "Usted es tan agradable; yo lo sé! Adiós. Volverá sola a su casa? No se siente muy solitaria?" Ai-lan se sintió tan agitada que no pudo decir palabra, su boca entreabierta. Aún después que oyó que él había cortado, y el sonido de la línea libre, se quedó allí estupefacta y temblorosa. Había algo en ella que deseaba volver a comenzar a vivir; no lo podía negar. Cuando Ai-lan descubrió que el tiempo entre ese jueves y el martes siguiente le resultó demasiado largo, pareciendole que pasaba con excesiva lentitud, se enojó contra sí misma. Ya fuera un borracho o un hombre con cinco hijos revoltosos en su casa y una esposa que salía a jugar al mahjong, no era más que un capricho del momento. No ocurriría por segunda vez ni le traería a ella nada positivo. Pero, por qué había ocurrido en un miércoles por la noche? Habría también ocurrido en el turno de Hsu Mei-li o de la señorita Tu? Habría usado el mismo tono de voz con ellas y ellas no se atrevían a comentarlo? El miércoles siguiente llegó y pasó sin nada especial; Ai-lan se sintió algo decepcionada pero también recobró algo de su equilibrio interior, de su embotamiento descolorido. Pero el cuarto miércoles, cuando le tocó el turno de la noche, volvió a oír la voz ya no desconocida. "No te he visto por mucho tiempo. Cómo estás? Vuelves sola a casa? Quieres que te acompañe? Adiós mi palomita; sueña con los angelitos". Los dientes de Ai-lan le castañetearon. Deseó tener aliento para reprenderlo "cállese, desvergonzado", pero la lengua no le respondió. Por fin se oyó decir débilmente: "Quién es usted... yo no lo conozco ... usted no puede hacer esto ... " Después de eso, cada dos o tres semanas la misma voz vino a perturbar a Ai-lan que esperaba la perturbación con agitación insuperable. En general él llamaba cuando ella se disponía a irse, y más de una vez ella demoró algo su partida a la espera del llamado. Al darse cuenta de su demora, se sentía invadida por la vergüenza y el enojo. Por qué esperaba esa voz de un hombre desconocido? Por qué se agitaba tanto por la voz de un hombre a quien no había visto nunca? Qué tonta y estúpida que era! Todo eso pasaba por su mente cuando estaba en la cama sin poder dormir y no encontraba respuesta a sus preguntas. Pero cuando llegaba el miércoles se olvidaba de todas sus dudas. Ya habían pasado dos meses y medio y la voz había llamado a Ai-lan cinco veces. Ya no era sólo en los miércoles por la noche; algunas veces había sido en otras noches. Siempre era la misma voz de tono bajo y galante, un tono que cinco años antes Ai-lan hubiera considerado como un insulto, como algo que ella no hubiera podido permitir. Pero ahora no sólo permitía el insulto; hasta lo esperaba. No podía entender esa "degradación" como la llamaba en su mente, y se avergonzaba. Las dos últimas veces la voz la había invitado a salir de paseo. El nunca le había preguntado su nombre, pero tenía una variedad sin fin de apelativos para ella. "Mi lindo estornino, quieres ir conmigo al Lago Verde? Te esperaré en el Rose Marie". "Porqué no me hablas, mi campanita dorada? Mañana a las siete y media, en la entrada del Parque Nuevo, junto al viejo árbol". Ay! Te he esperado tanto tiempo. Cada noche me quedo hasta las diez y media esperandote, me estoy convirtiendo en una higuera! ". Qué significaban esas palabras tontas y locas? Y por qué las oía? Cómo creer que esa voz tan frívola pudiera hablar en serio? Sin embargo, ella oía y se acusaba al mismo tiempo. Sabía perfectamente que sería algún calavera que quería divertirse, pero cada vez que oía esa voz no se decidía a quitarse el auricular porque, por medio de esa voz, buscaba recobrar algo de su estima propia. Se engañaba diciendose: "Todavía hay alguien en este mundo que se acuerda de mi, sea en serio o no; por lo menos no ha sido olvidada enteramente. (Continuará)

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