28/04/2024

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Literatura: Lluvia

26/09/1976
(Viene del Nº Anterior)

Al desaparecer las dos sombras, del otro lado, Ai-lan se sentó nuevamente en el césped; los dientes le castafleteaban sin poder dominarse. Por qué clase de mujer la habían tomado? Una mujer abandonada? O algo peor? Ahora sólo deseaba escaparse de ese sitio. El peso de sus penas se había evaporado y sólo sentía temor y vergüenza. Pensaba que si se quedaba allí y la descubrían, su buen nombre sería destruido en los títulos de los pasquines. Se puso en pie, se arregló el vestido y echó a caminar por el camino de pedregullo blanco.

Hacia el fin del camino vió la masa confusa de la gran higuera de la que colgaban trepadoras, a la izquierda del molinete de la entrada. Estaba ante la puerta oriental del parque. La gran higuera! Ven, te estoy esperando - hasta convertirme en una higuera. Estoy aquí cada noche. Dulce cotorrita! Ai-lan arrastró sus pasos; le temblaron las piernas y su corazón latía con tanta fuerza que parecía querer escapársele por la boca. Miró al gran árbol con sus barbas colgantes; bajo el árbol todo era obscuridad - misterio y tentación horrible!

Qué quiero hacer? Qué es lo que quiero?

Avanzó lentamente, mirando alrededor, y llegó hasta las sombras bajo las colgaduras de la higuera.

Alrededor reinaba el silencio. Los paseantes del parque se habían ido; el único sonido que rompía el silencio de tanto en tanto era una vocina de auto en las calles vecinas.

El cielo se vió iluminado por relámpagos y ella recordó los cuentos de duendes y demonios de su niñez.

Era todo un vacío; no había sido nada y nada ocurriría; todo sería como había sido Ai-lan se detuvo en la obscuridad y sufrió con esos pensamientos.

Volviéndose a mirar hacia la calle vió una casilla de teléfono, roja, en la esquina fuera del portón, cuya pintura roja parecía un púrpura opaco bajo la débil luz. El corazón le latía penosamente. Cuando se disponía a irse de abajo del árbol, ya sin esperanza, vió dos altas figuras que se dirigían al parque desde el otro lado de la calle. Silenciosamente Ai-lan retrocedió hacia las sombras.

Oyó el crujido del molinete, seguido por los pasos pesados de dos hombres y el raspar de los clavos en las suelas de sus zapatos contra el suelo. Justamente al pasar al lado de la higuera una de las figuras se detuvo bruscamente inclinándose.

"Diablo ¡Lao Lo, espera. Se me cayó el pito! Lo oí caer por aquí".

La otra figura también se detuvo y se inclinó hacia el suelo.

"De cualquier modo estoy seguro de una cosa -no ocurrirá otra vez. Hemos venido patrullando este distrito pero es perder el tiempo- nadie se arriesgará a lo mismo por algún tiempo. Pero no hay duda que era un tipo ingenioso - dos meses antes de poder apresarlo!"

"Sí, pero ahora pasará un buen tiempo en la cárcel."

Los dos hombres siguieron allí en cuclillas por un buen rato.

"Era hombre de mucha práctica, no se puede negar. He oído que también visitaba los teléfonos públicos en el sur, en Kaohsiung y Pingtung. Esa llave que tenía podía abrir cualquier cosa."

"Confesó que abría la caja de las monedas mientras hacía un llamado. Con tan poco tiempo; qué dedos tan rápidos!"

"Bueno, como sabes, no eran sólo tres, minutos. En vez de llamar a un número, llamaba a la telefonista y le preguntaba ; cualquier número. Flirteaba un poco y se divertía y cuando la telefonista le preguntaba algo él ya había abierto la caja de las monedas." El policía rió con gusto. "Y hasta se daba maña para hacer algunas ; conquistas. Enamorado telefónico! Realmente, un hombre vivo!"

"Bah! Un bandido que debería ser fusilado".

"Pero tiene muy buen aspecto. Había sido maquinista en un barco entre Keelung y Hong Kong; después no sé qué hizo y lo echaron. Ah! aquí está; aquí está! Todo embarrado! No importa Lao Lo, está empezando a caer en serio. Ven, vamos a guarecernos".

Los dos policías corrieron hacia el otro extremo del parque. Las gotas de lluvia al caer sobre las hojas de la higuera sonaban como el viento al pasar por una plantación de bambúes.

Ai-lan estaba silenciosa bajo la gran higuera. Pasó un largo rato; las gotas de lluvia caían en el camino de pedregullo y salpicaban desde las hojas del árbol. Ai-lan se apretó la frente con una mano, pensando: la lluvia vendrá, vendrá finalmente.

Se apartó del árbol, extendiendo una mano y con el rostro ligeramente levantado. De las ramas y hojas de la higuera caían gotas, como dedos suaves y muy numerosos, que acariciaban su cara, su cuerpo, sus labios.

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