09/05/2024

Taiwan Today

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Literatura: Lluvia

16/09/1976
(Viene del N° Anterior) El hombre pedaleaba su "sanluenche" avanzando lentamente y ella miraba a ambos lados de la calle; a la derecha había una tienda con una vidriera muy iluminada que atrajo su atención. Un maniquí estaba vestido de blanco resplandenciente, con abundantes encajes sobre las largas faldas blancas como nubes de nieve en un claro día de julio. Aún después de haber pasado, volvió la cabeza para seguir mirando y hasta le pareció ver un hoyuelo en la mejilla de la tiesa figura. Recordó que Wang Wai, compañera de trabajo, había usado un vestido de bodas semejante y había sonreído con un hoyuelo en su casamiento, el domingo anterior. Pensaba todavía en Wang Wai cuando una bicicleta pasó a su lado como una exhalación, un muchacho en camiseta, sosteniendo en una mano un gran ramo de flores. Pasaron frente a la estación, doblando por la calle Kung Yuan. Al ver el esqueleto de hierro del portón del Parque Nuevo, adelante, en la obscuridad, Ai-lan sintió un sobresalto, como si uno sintiera algo frío en la obscuridad, sobresaltado pero también curioso de saber qué era. Algo se agitó en su interior, pero en su confusión no podía decidir qué hacer. "Hoy es... hoy es... "Hablaba para sí, pero las palabras no le salían. "Mrércoles, señorita". El conductor, un campesino de Shantung, de unos cincuenta años, completó la frase por ella, mientras pedaleaba sin volver la cabeza. "Oh, por favor, más despacio". Ai-lan sólo había oído "miércoles". El hombre dejó de pedalear, pero el vehículo continuó marchando, y él aprovechó la oportunidad para sacar una tohalla sujeta en su cinto y secarse el sudor. "No es muy tarde - me daré un paseo en el parque", murmuró Ai-lan. "No, no es demasiado tarde, todavía no son ni las diez. A esta hora el parque suele estar lleno de parejas! Ja ... ja! Es temprano! Está nublado, hasta podría llover ... " Mascullando entre dientes, el hombre se sonó la nariz. Ai-lan, que estaba sentada con los pies cruzados, vaciló un momento y después saltó al suelo. Puso un billete de diez pesos en la mano del hombre y se alejó apresuradamente hacia el portón esquelético en la obscuridad. "Gracias, señorita" le gritó el hombre de Shantung. Subió a su triciclo y aclarandose la garganta volvió a pedalear camino a la estación. Ai-lan caminó lentamente junto a la barrera que separaba el camino del cesped, con su cartera en una mano y sus paquetes en la otra. Sus zapatos sonaban a su paso. No había mucha gente; entre la sombra de los árboles podía ver a una pareja, apretados uno contra la otra, quienes al oir el sonido de sus pasos se separaron bruscamente. En el silencio resonó un grito penetrante: "Té perfumado ... ¡ Hueee-vooos! " Prolongaba los sonidos y se repetía a intervalos bien espaciados. Miércoles ... todavía no son las diez ... cada noche te esperaré hasta las diez y media ... junto a la puerta del este, bajo la gran higuera ... Ai-lan recordaba al caminar y cuando pensó en la voz se detuvo de pronto, sacudiendo la cabeza. Ya hacía medio mes desde su último llamado. Por qué pensaba ahora en la voz? "Me estoy lanzando a una aventura? Ese hombre no era serio, no podía serlo. Era sólo un donjuan que se sintió solitario y quiso divertirse. Yo no vine aquí con ningún fin; sólo para dar un paseo; hacía mucho tiempo que no salía a pasear." Ai-lan quiso así tranquilizarse y se sintió con más calma al pasear por el camino de pedregullo. Dió una vuelta alrededor del estanque de lotos, circundado por muchas plantas de azaleas y se sentó en un banco ubicado sobre el césped. La luz suspendida en un poste cerca de las canchas de tenis brillaba a través de los árboles y se reflejaba en el agua del estanque dividiendose en numerosos rayos. Ai-lan se reclinó contra el respaldo del banco; una bocanada de viento la hizo temblar. Se puso su chaqueta ajustandose el sweater y apoyó la cabeza en una mano mientras sus pensamientos volaban lejanamente. Recordó aquel día, cinco años antes, cuando se había sentado aquí, en uno de estos bancos, con Ma Tse-chen. Antes de sentarse, Ma había sacado un pañuelo con puntos azules para sacudir el polvo del banco. Había sido muy amigos, y en la noche del trigésimo segundo cumpleaños de Mao, él había tomado una copa de más y aquí, en este pasto, entre las azaleas ... Si no hubiera sido por su obstinación y falsa dignidad, si cuando él la llamó para pedirle disculpas, ella le hubiera dicho "Ven, te estoy esperando; no estoy ofendida", todo hubiera sido diferente. Probablemente ella ya se hubiera mudado hacía tiempo de su cuartito; probablemente ya no trabajaría en la central telefónica, donde los agujeros obscuros la miraban fijamente como si fueran otros tantos ojos y estaría ocupada con vestiditos y caperuzas multicolores. Cada atardecer hubiera empujado un cochecito con alguien a su lado; cada Año Nuevo y en otras festividades no temería oir el carraspeo flemoso de su tío: "Ay, lo que la generación mayor desea es ver a la generación siguiente establecer sus familias!" Pero ahora todo era diferente. Y por qué? Quién tenía la culpa? Quién era responsable? De quién había sido ella víctima? Ai-lan pensó en todo eso y de pronto sintió una oleada de autocompasión; por primera vez sentía que no era ella enteramente responsable de todo eso; que de algún modo era la víctima. Si era su destino carecer de ese algo, si estaba fuera de sus posibilidades el obtenerlo, eso era una injusticia. Nunca se había sentido tan sola, tan vacía. Apretó su cartera y sus paquetes contra el pecho, rodeandolos con ambos brazos. Soplaba una brisa y sentía la espalda fría, como si estuviera desnuda en el camino del viento. En estos últimos años, otoño, invierno o principio de primavera, había sentido más el frío. Y ahora más que nunca. La excitación que la había impulsado toda la tarde ya había desaparecido. Ahora se sentía débil y cansada y vacía. Todas las preocupaciones, tristezas, impaciencias, desconsuelos, penas y la pesada apatía de su vida convergieron para oprimirla; como los negros nubarrones de un día obscuro la sofocaron hasta casi impedirle la respiración. Al fin comezó a sollozar suavemente. El ruido de pasos se dejó oir en el camino y Ai-lan contuvo sus sollozos y se deslizó lentamente del banco hasta el suelo. Al alejarse los pasos, estaba postrada en el césped. Apretó su rostro contra el pasto, absorbiendo el verde frescor que animó su sangre y despertó en su ser una sensación de vida primitiva, selvática. "Lao Tien!" (Invocación al Señor del Cielo) "Hasta cuando? No es posible cambiar? Por qué debo estar sola? Será esto para siempre? Dónde está él? Dónde? Y quién es él?" Murmuraba en voz baja, enterrando la cabeza en el pasto, dejandolo tocar sus mejillas, su nuca. En ese momento Ai-lan compredió que lo que había estado esperando todos estos años no era necesariamente Ma Tse-chen, con su mentón puntiagudo. La memoria de Ma Tse-chen no era más que un símbolo de algo más importante en su vida, de algo que era importante para Ai-lan con sus treinta y tres años. De pronto el cielo fue rasgado por relámpagos seguidos por el sonido distante de los truenos. Ai-lan se sentó, sobrecogida, y al hacerlo descubrió que allí, no lejos de ella dos sombras habían surgido tras las azaleas. Las dos sombras se movieron en la obscuridad, pero no se fueron. La voz de una muchacha tartamudeó algo. "Eh, Wei, qué es esto? Oí una voz de mujer diciendo algo. Y me parece que alguien estaba llorando. Qué será?" "No temas - qué puede ser? Ciertamente no será un espíritu ni algún zorro. Tal vez alguna mujer abandonada por su esposo. O alguna de esas malas mujeres que ha venido aquí a "pescar". Esas mujeres tienen toda clase de mañas para atraer a los hombres. Una vez ... pero vamos, apúrate, va a llover!" (Continuará en el Nº Próximo)

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