04/05/2024

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Literatura: El Fantasma y el Viento Norte

16/11/1976
(viene del Nº anterior)

Kwei-fu colgó en su brazo la chaqueta de su hermana, caminó lentamente hacia el cuarto de ella, entró y se quedó mirando alrededor. Vió el espejo sobre la mesa, la polvera, el lápiz de rouge, otro para las cejas, los peines. Sacudió la cabeza y suspiró suavemente, levantando la chaqueta de Lee-yueh y apretándola contra su rostro. Aspiró profundamente y por fin la puso con cuidado sobre la cama.

Después de comer, Kwei-fu llevó a Hsiao-chin al templo para ver la ópera.

Frente al templo había una amplia explanada, y allí se levantaba el escenario, de­ lante del cual había una gran multitud movediza. Kwei-fu y Hsiao-ching estaban detrás de la multitud, pero al comenzar el primer acto ya se habían deslizado a primera fila. Vieron allí un vecino, sentado en un largo banco de madera. Kwei-fu lo saludó inclinándose, y el vecino se levantó y urgió a los demás que se sentaban en el banco a hacer un pequeño lugar, y allí se sentó Kwei-fu, con Hsiao-chin en las rodillas.

Al promediar la ópera Kwei-fu ya tenía bastante, pero Hsiao-ching se negó a irse. Finalmente Kwei-fu pidió al vecino que cuidara al niño y lo llevara a su casa al finalizar la función, y él mismo se fue.

Era alrededor de las ocho cuando llegó a su casa. Su hermana no había trancado la puerta; él empujó suavemente, entró, y sin ruido volvió a cerrar la puerta. Cuando estaba a punto de entrar al cuarto de Lee-yueh, una risa desconocida llegó a sus oídos desde la cocina, una voz de hombre. "Quién era? De quién era esa voz?" Sorprendida, siguió de puntillas. Llegando a la puerta de la cocina, se apoyó perfilándose contra la delgada pared, dirigiendo su mirada al interior de la cocina.

En un lado estaba la homalla de ladrillos rojos, con el fuego todavía ardiendo. Arriba había tazas y platos sin lavar. A un lado había una mesa cuadrada de tamaño regular, con varios platos de comida y una media botella de vino. "Vino Hung-lu" pensó Kuei-fu. Lee-yueh estaba sentada de cara a la luz. Kwei-fu, en la obscuridad y mirando a su hermana, podía ver claramente todos sus movimientos. Junto a Lee-yueh estaba sentado un hombre; su rostro estaba en tal posición que Kwei-fu no lo pudo reconocer. "Se atreve a verse secretamente con un hombre! Cómo se anima!" Kwei-fu estaba paralizado y su cara parecía de ceniza.

El pelo de Lee-yueh estaba muy bien peinado, viéndose aquí y allá una línea plateada en medio del negro brillante. El pelo estaba recogido hacia arriba, dejando al descubierto su frente blanca; Kwei-fu sabía que ya presentaba algunas arrugas. Las cejas negras, arqueadas como luna nueva, bordeaban sus ojos ligeramente sesgados. Las arrugas formadas por la risa junto a los ojos eran visibles claramente; los párpados algo hundidos hacían aparecer a los ojos como muy negros y profundos. Su nariz era pequeña y delicada y tenía un pequeño lunar hacia la punta. Muchos había dicho a sus espaldas: fue ese lunar que la hizo viuda tan jóven! La boca era también pequeña, y cuando reía formaba más arrugas. Kwei-fu avanzó algo la cabeza para ver mejor y experimentó una sensación que no había imagido: "Lee-yueh se está poniendo vieja!" Debía de haber bebido algo, porque sus mejillas estaban encendidas como si las hubiera frotado con aceite rojo de rosas. Una mano sostenía su mentón mientras la otra jugaba con la copa de vino. Esa mano no era blanca, lo que no era de extrañar pues estaba ocupada de la mañana a la noche trabajando para mantenerse a sí y a su hijo. Cuándo tendría tiempo para pensar en cuidarse las manos?

Lee-yueh puso su copa de vino en la mesa. Sus cejas, arqueadas como la luna se le­ vantaron al mirar ella al hombre que estaba a su lado.

"Ay! No podemos seguir así! Si los rumores que corren llegaran a oídos de esa tuya; yo no puedo correr el riesgo!"

"No te preocupes de esa inútil." El hombre estiró su mano con los palillos y tomó un trozo de pollo ahumado. "Lee-yueh, de veras, estoy muy ocupado para venir a buscarte aquí..."

Lee-yueh levantó su copa de vino interrumpiéndolo.

"Ven, bebe. Atiende a tu negocio; yo no te pido que vengas cada minuto del día". Tomó un trago de vino, dejando la copa pesadamente sobre la mesa. Apoyó sus codos en la mesa, sosteniendo la cara con las palmas arrugadas. Bajó las pestañas y las arrugas de la cara resaltaron más. "Aunque me quieras, todavía actúas como si yo no fuera apropiada. Por qué me debo exponer así?"

"Se te ha subido el vino, querida? ... diciendo esas cosas?"

Qué conocida era esa voz; de quién era? Parece de... de... En la obscuridad, Kwei-fu se esforzó por recordar - parece la voz del comerciante en maderas que viene a veces a comprar esterillas para sus trabajadores.

Lee-yueh se volvió para mirar a la cocina detrás de ella.

"Ah, el fuego está casi apagado! Voy a añadir leña, sino los retoños de bambú no quedarán bien."

Metió un gran manojo de leña en la ornalla y volvió a su asiento. Después de un trago de vino, tomo un "rollo de primavera" ya frío y lo puso cuidadosamente en su taza de arroz, hecha de porcelana blanca. El hombre a su lado alargó el cuello mirando la de cerca. Ella alzó los ojos devolviéndole la mirada, con alguna intranquilidad, según le pareció a Kwei-fu.

La leña añadida pronto se encendió y las llamas se alzaron ardiendo briosamente. La cocina fue iluminada con el resplandor rojo que proyectó sombras movedizas. La leña no estaba muy seca, oyéndose explosiones de entre las llamas.

"En un par de días recibiré una carga de cedro y entonces tendré algún dinero de sobra en las manos". El hombre tenía ahora la mano de Lee-yueh entre las suyas, frotándola de arriba abajo. "Cuánto quieres?"

Es él; no hay duda; es ese negociante en maderas, llamado Chen. Maldita sea su madre! Ese perro con pies de hombre y cabeza de monje, jugando así con mi hermana! Parecía que toda la sangre de Kwei-fu se le había ido a la cabeza y al corazón. Sentía la cabeza como un globo a punto de explotar; un soplido más y reventaría en mil fragmentos. Su pecho le dolía más aún, como si alguien se lo atravesara con un cuchillo afilado. Levantó sus puños cerrados. Le daré una... ; lo voy a matar! Quiso correr a la cocina, pero sus piernas quedaron inmóviles, como dos troncos enterrados en el barro. Ay! Suspiró sintiéndose impotente y las manos cayeron a los lados, aflojando al mismo tiempo sus puños.

Después de un instante, Lee-yueh tomó una mano del hombre entre las suyas y la pasó sobre su cara, como si fuera una pieza de seda suave.

"No me interesa tu dinero." Lee-yueh se inclinó algo hacia adelante con sus ojos seductores fijos en él.

"Entonces, qué quieres?"

"Quiero esta mano tuya!" Lee-yueh arqueó las cejas y separó con fuerza la mano del hombre; sus mejillas estaban rojas.

"Sucia, puerca, se atreve a hacer eso! Kwei-fu comenzó a temblar. Sus puños se apretaban contra sus muslos. Sus labios temblorosos se entreabrieron y sus dientes reflejaron la movediza luz en las sombras. Quería gritar, quería llorar, pero su garganta estaba cerrada como si hubiera tragado un hueso y no pudo emitir ningún sonido. Sucia, puerca, asquerosa!

Enfurecido se volvió y salió de la casa como una exhalación.

No volvió hasta mucho después de la medianoche. Al volver se fue directamente a su cuarto. Lee-yueh se sintió molesta con eso, pero no dijo nada. La mañana siguiente él no se levantó hasta muy tarde, así que Lee-yueh debió abrir el almacén ella misma. Después del desayuno, él salió enseguida. Al almuerzo volvió, con cara de mal tiempo. y enseguida de comer volvió a salir. Por varios días siguió así, saliendo y volviendo sin una palabra.

(Continurá)

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