04/05/2024

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Literatura: Ocurrió en la Almohada (II)

26/10/1975
(Viene del Nº anterior) Se sentía demasiado viejo para gozar con esas cosas. Envió entonces una petición al Emperador solicitando su retiro, pero no le fue concedido. Cuando se enfermó, cortesanos y altos dignatarios imperiales acudían contínuamente a visitarlo. Vinieron los mejores doctores con las mejores medicinas, pero sin resultado. Su salud no mejoró. En su lecho de muerte, envió esta petición al Emperador: "Ruego a Su Majestad me permita decirle que yo era un hombre ordinario de Shantung, donde tenía un campo pequeño y pasaba una vida tranquila. Nunca pude imaginarme que tendría la gran fortuna de vivir en este gran período, bajo el reino de Su Majestad, ni que pudiera tener la oportunidad de prestar mis servicios en la corte Imperial. Por benevolencia de Su Majestad, he sido comandante del ejército, cabalgando en medio de espléndidas banderas y pendones y he tenido otras altas posiciones hasta ser Primer Ministro. Por espacio de cincuenta años he tenido diversos títulos y rango dentro y fuera de la capital. El favor de Su Majestad me avergüenza al no haber sabido prestar mejores servicios en beneficio del pueblo. Me preocupa mi disposición natural indolente. Pensando en los dichos de los sabios, "Hacer despliegue de los muchos carruajes que uno tiene es exhibir las riquezas invitando a los ladrones", y "El que camina en la escarcha debe saber predecir la llegada del hielo", me sentía siempre temeroso de perder el favor de Su Majestad. Día a día me preocupaba por eso hasta llegar a viejo casi sin darme cuenta. Después de haber servido en las posiciones más elevadas, tengo ahora más de ochenta años. Mi tiempo llega a su fin y ya no tengo fuerzas. Al aproximarse la hora de mi muerte me siento avergonzado por no haber hecho nada útil en mi vida. Debo tanto a la bondad de Su Majestad que, con mi vida llegando ya su fin, son incapaz de corresponder. Al pensar que voy a dejar a Su Majestad para siempre me siento muy triste. Me permito escribir esto para despedirme de Su Majestad." Al recibir esa carta el Emperador mandó a Lu este edicto: "Respondiendo a su carta le quiero decir que me he sentido feliz teniendo a una persona de tanto talento como usted que me ayudara en los asuntos de estado. Cuando usted gobernó varios distritos siempre cumplió sus obligaciones con excelencia. Cuando desempeñó sus funciones en la capital usted se distinguió promoviendo la armonía entre los nobles y los cortesanos y manteniendo al estado en buen órden. Debido a su ayuda, yo he gozado de dos décadas de paz y prosperidad. Lamento que usted haya estad enfermo. Al oir sobre su enfermedad por primera vez pensé que le serían suficientes unos días de descanso y no me imaginé que su enfermedad duraría por tanto tiempo. Su estado actual me ha causado preocupación muy seria y he enviado a Kao Li-shih, el General de caballería, para encargarse de su cuidado. Acepte los consejos de los médicos y descanse bien, por mí y por mi país. Estoy seguro que nada le ocurrirá y que pronto se encontrará usted en buena salud." Lu murió esa noche. Con su cuerpo estirado en el sueño final, Lu despertó de pronto y se encontró en la cama de la posada. El monje estaba a su lado. El posadero seguía cocinando el mijo, que todavía no había hervido bien. Parecía increíble que en sólo unos pocos minutos había pasado por todo lo ocurrido. "Cómo soñé en todo eso?", exclamó levantandose. El Taoista rió. "Los sucesos de la vida del hombre pasan de ese modo", replicó. Después de un momento de reflexión, Lu dijo: "He conocido la vida y la muerte y todo lo que está en medio. Usted, señor, ha dado así cumplimiento a mis deseos, y le agradezco esta lección más que lo que mis palabras pueden expresar." Y con una reverencia doble, se retiró.

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