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Una odisea Tao

01/04/2007
La fabricación de botes conlleva una posición icónica para los hombres Tao; cuanto mejor sea la habilidad del artesano, más alta su posición social.

En 1973, un día domingo en mayo, una época del año cuando los Tao van a cazar dorados, mi primo y yo nos sentamos bajo el porche cerca de la costa para observar el regreso de los botes tras la jornada de pesca, que siempre era el mayor placer para los chicos de Lanyu. Hacía muy mal tiempo. Llovía fuerte y el viento soplaba con bríos. De los seis hombres que navegaban botes de un solo ocupante, cuatro eran miembros de mi familia —mi padre, mis dos hermanos, y mi cuñado. Ellos remaron de vuelta al mismo tiempo, pero permanecieron a una distancia entre 60 y 70 metros de la costa. Las olas eran entre dos y tres metros de alto...

La fuerza de las olas gigantes que azotaban la costa era tal que era capaz de destrozar el bote de mi padre. Todos los que observaban desde la costa, se sentían nerviosos. Algunos decían: “¿Quiénes son aquellos sin almas (lo que significaba hombres con coraje)?” Me sentí muy orgulloso de escuchar ese gran elogio hacia mi padre...

El rugido de las olas galopantes nos asía el corazón. El hijo más joven del hermano menor de mi abuelo se acercó deprisa a la costa para saludar a sus primos. El era nuestro maestro espiritual y sentimos gran alivio al verlo. De pronto, escuchamos los rugidos de mi padre y sus hermanos remando vigorosamente para alcanzar la costa. Ellos sabían muy bien que la sexta y la séptima olas eran las más débiles. Si no avanzaban con ímpetu de inmediato, la novena ola destrozaría definitivamente sus embarcaciones.

Ya cuando sus botes casi eran tragados, aprovecharon un momento y saltaron en la turbulencia de las olas que rompían. Un poco después, sus pieles ennegrecidas aparecieron entre la plateada espuma del mar con sus manos sosteniendo los bordes de sus botes. Ellos levantaron los botes y corrieron rápido. Con la ayuda de los jóvenes lograron llegar a la orilla sanos y salvos. Después de dar las gracias a los que vinieron en su ayuda, voltearon a mirar al mar encrespado. Algo en sus ojos parecía transmitir una mezcla de temor y respeto por el océano. Sus músculos pulsaban visiblemente. El agua salada corría por las líneas de sus músculos y caía en la arena. Mi padre sostuvo con fuerza mi mano izquierda, en la otra mano llevaba un dorado. Podía sentir su pulso. En la severidad de su rostro y la nubosidad de sus ojos, se podían ver las historias del mar de mis antepasados.

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