29/04/2024

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Odisea creativa

01/11/1998
El mar dorado, Fukien, 1988.

i Chi Ko nació en 1929, estando Taiwan aún bajo dominio japonés. Hijo de un tendero de Tainan, su niñez fue feliz hasta que el negocio de su padre quebró y su madre murió cuando él tenía trece años. Más tarde ingresó en la escuela vocacional, de donde pasó a trabajar a la empresa estatal Compañía Alcalina de Taiwan. En 1947, un colega japonés, que volvía a casa tras la reintegración de Taiwan al gobierno nacionalista, le proporcionó su primera cámara. Ko admite sin reticencias que en aquel momento no vio la fotografía como algo creativo, sino simplemente como un pasatiempo.

La vida era relativamente cómoda; quizás demasiado, porque pronto se aburrió y en 1950 se alistó en el ejército como voluntario. Fue un error. Tres meses después desertó, y estuvo escondiéndose de la policía militar durante dieciocho meses antes de entregarse finalmente. Fue sentenciado a dieciocho meses de trabajos forzados y a otros trece meses por el tiempo que le restaba de servicio militar. Este episodio marcó su transición de la juventud a la madurez y, desde entonces, se sintió preparado para soportar cualquier vicisitud que la vida le presentara y enfrentarse a los desafíos de un futuro incierto.

Ko se casó en 1956 y tomó prestado dinero suficiente para abrir un estudio fotográfico en una pequeña ciudad sureña cerca de Kaohsiung. El negocio iba bien, pero no se sentía a gusto ante sus expectativas futuras: “Yo sabía cómo debía ser una buena foto, pero me faltaba la destreza técnica para tomarla”, recuerda Ko. Después de tres meses cerró el estudio y volvió a trabajar en su antigua empresa durante tres años más, tiempo durante el cual hizo tres amigos que contribuyeron considerablemente al desarrollo posterior de su carrera como fotógrafo profesional.

El primero fue el jefe de su departamento, que se ocupaba de que su carga laboral fuera liviana, e incluso construyó un cuarto oscuro para que Ko revelara sus fotos, lo que le permitió explorar libremente su talento; el segundo fue un superior que le prestaba cámaras caras; y el tercero fue un comerciante de material fotográfico que con frecuencia le vendía a crédito, y a quien con la misma frecuencia Ko “se olvidaba” de pagar.

Habiendo comenzado tarde su carrera, a Ko le fascinó más y más el proceso de la creación artística. Entre 1956 y 1959 hizo grandes progresos. Siempre que se lo permitía el trabajo, se dedicaba a tomar fotografías o a revelarlas en el cuarto oscuro. En un presagio de su posterior enamoramiento del desierto, visitó frecuentemente una zona cercana a Kaohsiung conocida como Mundo Lunar --un territorio yermo e impenetrable con sierras puntiagudas de colinas rojas y desnudas, inexistente en otras regiones de la isla. Luego se fue a Japón, en 1959, donde pasó dos años estudiando fotografía. A la vuelta se sintió con fuerzas para montar su primera exhibición individual en Taipei.

Odisea creativa

La bailarina Jessie Fang --Danza Dunhuang, 1986.

En el folleto, su mentor, el fotógrafo Ku Hsien-liang, escribía: “La gente sigue juzgando un trabajo por su capacidad como tema pictórico o poético, refiriéndose a la pintura y la poesía tradicionales. Nos gusta expresar sentimientos, pero los que expresamos son sentimientos del pasado. No nos atrevemos a arruinar la armonía del cliché, y el resultado es que olvidamos registrar nuestro propio tiempo, que está lleno de contradicciones. Pero Si Chi Ko es diferente. El es el fotógrafo joven más resuelto y valiente de todos los que ahora se están moviendo en una nueva dirección, hacia la conservación del momento presente”.

Aquella exhibición tuvo un éxito tremendo. En palabras de un crítico: “No hay en sus fotos rastro del sofocante y estrecho efecto ‘salón’, tan sólo la evidencia de la convicción personal del autor y de sus fuertes deseos. Sus obras son ricas en espíritu contemporáneo y ofrecen lo que la gente moderna pide. Es exactamente lo que debe ser la fotografía china moderna”.

En poco tiempo, Ku Hsien-liang se convirtió en buen amigo del nuevo fotógrafo de moda, a quien recomendó dejar su puesto y unirse a una conocida empresa publicitaria de Taipei, cosa que Ko hizo en 1963. “Antes de Ko, la fotografía publicitaria en Taiwan no significaba más que tomar fotos que se pudieran usar como pósters o etiquetas comerciales; pero él trajo un nuevo espíritu artístico al sector y pronto superó a sus competidores”, asegura Lai Tung-ming, presidente de Unión Publicitaria, una de las principales agencias locales del ramo.

Ko se hizo pronto famoso por su profesionalismo y su buen ojo para el detalle. En una ocasión en que un cliente encargó fotos de piñas con calidad para pósters, él y dos ayudantes se fueron al sur y pasaron tres días recorriendo fincas en Tainan, porque no estaba satisfecho con las frutas proporcionadas por el cliente. “Las de los mercados no se veían suficientemente frescas, debido al maltrato durante el transporte”, explica Ko.

Entre 1963 y 1967, Ko fotografió a una serie de intérpretes y artistas famosos mientras trabajaban. El grupo incluía a Kuo Mei-chen, directora taiwanesa de orquesta; Paul Taylor, coreógrafo estadounidense; y Yang Ying-feng, escultor, más conocido como Yuyu Yang. También recibió la invitación del arquitecto I. M. Pei para fotografiar la Capilla Henry Luce, diseñada por Pei, de la Universidad Tunghai, en el centro de Taiwan. Según Ko, este contacto frecuente con tantos artistas modernos trabajando en sus diferentes campos le reportó un beneficio inmenso.

No es extraño encontrar una íntima afinidad entre bailarines y fotógrafos, especialmente si éstos demuestran talento a la hora de captar y plasmar los efímeros movimientos en el escenario. En 1967, Ko conoció a Huang Chung-liang, que había llegado de EE UU para estudiar el sistema de ejercicios aeróbicos conocido como taichi, al mismo tiempo que promocionaba la danza moderna en Taiwan. Como gran parte del trabajo de Huang se inspiraba en la naturaleza, Ko sugirió fotografiar al grupo al borde del mar y en las calles de Taipei. La experiencia, de gran éxito, produjo imágenes de los bailarines aparentemente danzando entre las nubes, los árboles y las rocas, impregnándoles de un especial atractivo estético muy diferente al desplegado sobre el escenario.

Ese mismo año, una foto de Huang en su trabajo del taichi, titulada Dragón emergente, hizo ganar a Ko un premio en un concurso con motivo del bicentenario de la indepedencia de EE UU. La foto fue seleccionada más tarde por la Oficina de Información del Gobierno de la República de China para su póster de la Imagen Nacional de 1993.

Aquel período marcó el inicio de una fructífera colaboración entre Huang y Ko. El fotógrafo tenía éxito en su propio negocio, donde se le consideraba el vértice de la estructura fotográfica publicitaria, y su trabajo también recibía el beneplácito de los círculos artísticos. Pero ésto era en los años sesenta, cuando Nueva York estaba reemplazando a París como centro mundial del arte moderno, y muchos jóvenes en Taiwan buscaban su inspiración en EE UU. Ko no fue una excepción; con la ayuda de Huang, en otoño de 1967 dejó la isla para mudarse a América. A los treinta y ocho años, no se le olvidaba que empezar de cero en un país extraño no iba a ser un paseo.

Las cosas empezaron mucho peor de lo que él había imaginado. Pasó su primera noche en suelo estadounidense en un albergue del YMCA de Hawai, y al despertar a la mañana siguiente se encontró con que le habían robado todo el dinero. Para seguir adelante, se vio forzado a vender parte del equipo fotográfico que había comprado en Tokio.

Una vez en Nueva York se encontró con el coreógrafo Alvin Ailey, un antiguo conocido, que de inmediato le contrató para fotografiar a su grupo durante los ensayos. También tomó fotogramas para la película Maid Stone, dirigida por Norman Mailer, ganador de un premio Pulitzer. Poco después celebró su primera exhibición individual en la Gran Manzana, usando sus trabajos con Paul Taylor y Alvin Ailey como base de la exposición. Una muestra posterior en Connecticut llamó la atención de la revista Dance, que le encargó fotografiar al coreógrafo de origen ruso Leonide Massine --un gran honor para alguien relativamente recién llegado.

Gradualmente, Ko se hizo de una reputación como fotógrafo de bailarines, pero por desgracia eso no era suficiente para pagar el alquiler, así que reticentemente aceptó trabajos publicitarios. Consiguió su primer trabajo a jornada completa como ayudante de fotografía en Manhattan, ganando US$65 a la semana. Trabajando dieciocho horas diarias y estudiando inglés dos noches por semana, perdió diez kilos en cuatro meses. Trabajó con varios fotógrafos establecidos, incluyendo a William Silano, un italoamericano que en ese momento era considerado uno de los cinco mejores fotógrafos de moda en EE UU, y que trabajaba como primer fotógrafo de la revista Bazaar. “Silano era muy bueno estimulando a las modelos y sacando lo mejor de ellas”, recuerda Ko; “fue tal inspiración para mí, que aún pienso en él cuando hago fotos a modelos”.

House Beautiful, una revista filial de Bazaar, dio a Ko el encargo de fotografiar mobiliario moderno, con unos honorarios de US$4.000. Los editores de la revista quedaron satisfechos con el resultado, pero la experiencia le llevó a romper su relación con Silano, ya que éste insistía en cobrar el 40% de la contrata. Esto enfadó a Ko, pues él había realizado el proyecto fuera de su horario regular, y decidió dimitir. House Beautiful aún no le había pagado, de forma que una vez más se encontró solo, y los siguientes meses fueron muy duros. Aún recuerda cómo en los peores momentos su refrigerador estaba siempre vacío, y la única forma de aguantar las punzadas del hambre era yéndose a dormir.

Para entonces estaba ya determinado a abrir su propio estudio. La oportunidad llamó a su puerta cuando un amigo le pidió tomar algunas fotos de su novia en Central Park. Allí, gracias a un increíble golpe de suerte, Ko fue testigo del accidente de dos chicos que casi se ahogaron cuando el hielo de un lago sobre el que patinaban cedió bajo sus pies. Varios agentes de la policía se esforzaban por sacarlos del agua helada mientras un helicóptero sobrevolaba la escena, que Ko se apresuró a inmortalizar con su cámara. El resto de periodistas de Nueva York llegó jadeando cuando los chicos ya estaban sanos y salvos. Al día siguiente las fotos de Ko aparecieron en el New York Times, y más tarde fueron adquiridas por Associated Press, lo que le reportó US$600, que junto con el pago de House Beautiful le permitieron realizar finalmente su sueño de abrir un estudio propio.

Entre 1972 y 1979, Ko cooperó con revistas de primera línea como House Beautiful y Essence, produciendo ensayos fotográficos, portadas y secciones editoriales, y también trabajó con conocidas agencias de modelos. Pero la presión crecía a la par que el negocio, y para cuando cumplió los cuarenta y cinco años, su pelo estaba completamente cano. Un fotógrafo es como un director de cine en cuanto que tiene que organizar por sí mismo cada detalle si quiere que la sesión sea un éxito, lo que requiere mucha preparación psicológica. Ko generalmente hacía reposo absoluto el día anterior para poder “vaciarse interiormente”, según él lo define, y dejar sitio a la nueva inspiración.

Al final, la fotografía publicitaria demostró ser un medio demasiado restrictivo para Ko, a quien disgustaba tener que sacrificarlo todo por las fuerzas del mercado. A veces se sentía tan frustrado que le apetecía tirar a la basura todas sus fotos de la última moda o de las joyas más caras y modernas. “No son más que un negocio”, solía decir. En cierta ocasión confesó a un amigo que la única razón por la que seguía haciéndolo era para mantener a su familia. “Ojalá me pudiera expresar a través de la inmensidad de la naturaleza”, le dijo, ansiando poder visitar lugares como Alaska o el Sáhara.

En 1979, el primer matrimonio de Ko terminó en divorcio, y se fue de viaje por India y Europa. Fue durante ese tiempo cuando su venerado mentor, Ku Hsien-liang, murió de un ataque cardíaco, y Ko no supo de su muerte hasta su vuelta a Nueva York. Se encerró en su estudio durante días obsesionado con la desilusión que causó a Ku su decisión de quedarse en EE UU. Se preguntaba una y otra vez si no sería hora de volver a casa y hacer algo por la fotografía en Taiwan, como había querido su maestro. ¿Debía hacer caso a la voz interior que le instaba a encontrarse a sí mismo, o ser realista? Después de todo, ya tenía cincuenta años. Ko le dio vueltas al asunto durante dos meses y finalmente tomó la decisión de vender el estudio y volver a casa.

Pero antes de retornar a Taiwan, Ko hizo una extensa gira por Europa, sin más equipo que una cámara y dos objetivos, además de sus obras favoritas sobre filosofía zen y psicología. En una vieja furgoneta condujo sin usar ningún mapa: “Me metía por la primera carretera que se me presenaba”, comenta Ko. Esta “búsqueda espiritual”, como él la denomina, duró seis meses y le llevó a los Países Bajos, Bélgica, Francia, Portugal, España, Italia, Yugoslavia, Grecia, y de allí a Tunicia y Argelia, en el norte de Africa.

El 16 de octubre de 1979, Ko despertó a las cuatro de la madrugada en un frío amanecer sahariano y vio el lucero del alba titilando en lo alto. En un rapto de euforia, rompió a llorar y se desnudó por completo, insensible a la gélida temperatura ambiental. En ese momento mágico comprendió que finalmente se había encontrado a sí mismo: “¡Tú eres yo!”, gritó a la estrella, y echó a correr por el desierto hasta que cayó agotado.

Persiguiendo la soledad extrema, Ko sólo gastó lo indispensable en alojamiento y manutención, pero de todas formas la experiencia en general le satisfizo profundamente. Encontró la paz interior tomando fotos a su antojo, sin presión de ningún tipo. Sus imágenes de Europa y Africa consolidaron su reputación como maestro de la fotografía y se exhibieron en las galerías neoyorquinas Lizan Tops Gallery, Hammer Gallery y MultiMedia Art Gallery. Algunas de ellas fueron adquiridas por el Museo de Bellas Artes de Taipei. Las obras de este período se caracterizan por su racionalidad, sobriedad y simplicidad, conseguidas mediante el uso de colores saturados y agudos contrastes que reflejan el equilibrio que el fotógrafo sólo consiguió una vez que dejó atrás la ajetreada vida de Nueva York.

Una parte especialmente interesante de estos trabajos procede de su estancia en Grecia. Esperando a Venus, una foto que muchos consideran la quintaesencia de Ko, se tomó en una isla del Mar Egeo. Es una composición minimalista donde apenas aparecen más que tres colores --rojo, blanco y azul; pero en la tranquilidad aparente de la obra se adivina una tensión, el anuncio de que la diosa Venus puede surgir de las aguas en cualquier momento.

Entre otras composiciones destacadas de aquella gran gira están Abuela María, de Portugal, Túnica blanca y Mujer sobre mula, de Tunicia y, no por última menos interesante, Alba sahariano, que significó el adiós de Ko a la vida nómada y andariega.

“Muchos fotógrafos se contentan con tomar vistas panorámicas del Sáhara en un intento de abarcar la inmensidad del desierto”, señala Ko; “sus fotos parecen reportajes geográficos. Pero yo capté un solo detalle en cada toma”. Su serie de fotografías de arena y dunas, con trazos tan suaves como melodías, representaron otra ruptura en su carrera. Se vendieron bien por medio de Image Bank, la mayor agencia fotográfica del mundo, con sede en EE UU, y algunas sirvieron para ilustrar el atraso en que se encontraban los libros sobre naturaleza o arte.

En 1980, Ko volvió a Taiwan, donde presentó tres exhibiciones que recibieron amplia aclamación por parte del público, especialmente el más joven. “La obra de Ko era fresca e invertía la naturaleza misma del arte fotográfico”, destaca Ya Hsien, jefe de la sección de suplementos del United Daily News, de Taiwan. Según él, en aquel momento había básicamente dos tipos de fotografía: composiciones de estudio, que intentaban reproducir el estilo de la mayoría de las pinturas chinas a la tinta, y las llamadas “puras”, de estilo realista, que enfatizaban las figuras humanas y documentaban la vida en su realidad cotidiana. La primera buscaba la estética por principio, y por tanto estaba lejos de la vida diaria de la mayoría de las personas; la segunda pretendía expresar fielmente lo que sucede en la sociedad, con todas sus imperfecciones.

Pero Ko rechazaba esta dicotomía. “El trata a la fotografía simplemente como fotografía, no como pintura o como reportaje”, comenta Ya Hsien; “al ver su obra la gente comprende que la fotografía y la pintura son dos formas artísticas diferentes, independientes entre sí”. Su estilo natural y desinhibido era poco común y pronto se hizo popular en un momento en que Taiwan, comparativamente, aún disfrutaba de pocos contactos con el exterior. En un contexto como ése, no es de extrañar que sus fotografías del sur de Europa y del Sáhara sean parte de la memoria colectiva de quienes hoy pasan de la cuarentena en Taiwan.

Lo que hacía aún más atractivas sus fotos era el proceso de revelado que Ko usaba para su trabajo, conocido como transferencia de tinte. “Los colores de las fotos que se revelan con ese proceso se mantendrán intactos más de tres siglos, quizás cinco, si no se exponen directamente a la luz solar”, asegura Ko; “es un proceso que se usaba para las portadas de las revistas de moda estadounidenses cuando la tecnología informática no estaba tan desarrollada”. Pero por desgracia, ya en los años ochenta costaba US$500 revelar un rollo mediante ese proceso, y ahora la cifra se acerca más a los US$1.800. No hace falta decir que son pocos los fotógrafos que lo utilizan de forma regular.

En 1985, Ko volvió a Nueva York y se casó con Jessie Fan, una joven bailarina de Taiwan. Poco después de la boda visitó China continental, y al volver trajo un video donde podía verse un programa de movimientos básicos de la danza de Dunhuang, que había sido adaptada por el director de una escuela de arte en la Provincia de Gansu, basándose en las pinturas rupestres de las cuevas epónimas de Dunhuang. La grabación emocionó tanto a su nueva esposa que cada vez que la veía derramaba lágrimas, así que la pareja decidió desplazarse al noroeste de China, de donde era originaria la danza, para estudiarla más a fondo.

El proyecto marchó bien, y a su vuelta se concentraron en desarrollar esta danza, que con el tiempo permitió a la Sra. Ko establecerse exitosamente como bailarina. Su debut en 1987, con Danza Dunhuang, en Nueva York, tuvo mucho éxito y dio lugar a otras representaciones tanto en EE UU como en Europa. Ko, entonces dedicado a la promoción de la carrera de su esposa, comenzó a aceptar menos encargos. Fue también en ese tiempo cuando, deseoso de preservar sus logros para la posteridad, invirtió mucho tiempo y dinero en volver a revelar sesenta de sus antiguas obras con el proceso de transferencia de tinte.

A principios de los ochenta, Ko volvió con frecuencia a Taiwan para presentar exposiciones o para trabajar como independiente para la Oficina de Información del Gobierno, lo que demostró ser una fructífera fuente de inspiración. Una de sus obras para la Oficina de Información del Gobierno representa, con su esposa como modelo, a una crisálida que gradualmente se convierte en mariposa. La foto simbolizaba la transformación política de Taiwan, y se utilizó para promocionar a la isla con anuncios en el New York Times y las revistas Time y Newsweek.

Como resultado de estas visitas, Ko llegó a la conclusión de que lo que realmente quería era volver a casa definitivamente. Pero el camino no estaba libre de obstáculos: una mudanza permanente repercutiría negativamente en la carrera de su esposa, además de que significaba abandonar el revelado por transferencia de tinte, disponible en Nueva York, pero no en Taiwan. De todas formas, el deseo de recuperar sus raíces creció a la par que sus contactos con la comunidad cultural de la isla, y terminó convenciéndose de que debía devolver algo a la tierra que le vio crecer, por ejemplo, fotografiando su gente y sus paisajes, de una belleza a menudo deslumbrante. Finalmente, la pareja decidió volver a casa.

Adaptarse al ambiente cultural de Taiwan no fue más fácil para Ko de lo que lo había sido en Nueva York décadas antes. Nadie parecía tener demasiado respeto por el arte o por los artistas, y tuvo que aceptar unos mecanismos de mercado completamente nuevos. Pero de cualquier manera, él y su mujer consiguieron arreglárselas. En 1994 se convirtió en el primer fotógrafo en presentar una exhibición individual en los 66 años de historia de la Hammer Gallery de Nueva York, y dos años más tarde fue invitado a participar en la exhibición Maestros de la Fotografía en Color, también en Nueva York, junto con figuras como Burt Glinn, Ernst Haas, Barbara Wrubel y Pete Turner.

Según Ko, a muchos de sus amigos les pesa que ahora parezca estar más interesado en hacer exhibiciones que en desarrollar su creatividad artística; ellos quieren que sus fotos despeguen otra vez y se lancen a un viaje de exploración de nuevas y emocionantes metas. Aunque Ko dice que durante su vida ha pasado por muchas calamidades, y que ya son pocas las cosas que le emocionan. Pero, de hecho, nunca ha abandonado su amor por la creación. A menudo recuerda con nostalgia aquellos meses ociosos y desenfadados en que vagabundeó por Europa y Africa. Quizás un día se echará la mochila a la espalda y saldrá de nuevo con su cámara en pos de otra odisea creativa.

Resumido y traducido del chino al inglés por Leu Chien-ai de Global Wanderdust, de Yu Yi-fang. Taipei: Commonwealth Publishing Co., 1997, 379pp. ISBN957-621-416-5.

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