03/05/2024

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La Aldea Tradicional Taiwanesa

01/07/1999
La mayor parte de las edificaciones de la aldea proceden de otros lugares y han sido testigos de la vida de la gente en Taiwan en los primeros días.

urante un tiempo, la creación de una aldea típica destinada a preservar las artes tradicionales taiwanesas fue un tema candente para el Gobierno, pero pese a las conversaciones sostenidas en varias ocasiones con estudiosos y eruditos, éstas no habían llegado a plasmarse en propuestas concretas hasta el anuncio de construcción, el año próximo, de un parque a gran escala. Sin embargo, Shih Ching-sun, un empresario con sólo seis años de educación formal durante la época colonial japonesa (1895-1945), hace tiempo que ha hecho de esa idea una realidad.

“Bajo el liderazgo de los dos presidentes anteriores [Chiang Kai-shek y Chiang Ching-kuo] parecían dedicarse más esfuerzos a las políticas orientadas a recuperar China continental; así que, aunque en muchos países había ya aldeas típicas creadas para conservar sus artes tradicionales, Taiwan carecía de una”, dice Shih, cuya iniciativa respondió a un deseo de salvar esos preciados bienes. “Como natural de Taiwan, espero que este lugar ayude a la gente joven de hoy, acostumbrada desde hace mucho a las comodidades de la vida moderna, a entender mejor las dificultades que pasaron nuestros antepasados y valorar la prosperidad actual”.

La Aldea Tradicional Taiwanesa abrió sus puertas al público en 1993, y durante su primer año registró el mayor número de visitantes entre los centros recreativos privados de la isla; en cada uno de los cinco años posteriores han seguido acudiendo un promedio de 1,24 millones de turistas. ¿Cuáles son sus atractivos?

La mayoría de los edificios de la Aldea son fruto de donaciones procedentes de todo Taiwan, acomodadas aquí tras ser retiradas de sus emplazamientos originales debido a trabajos de construcción u otras razones. Muchos tienen una larga historia, como pueden atestiguarlo los más de 200 años del Templo Dien An; pero incluso sin alcanzar esa cifra, todos han asistido como testigos al discurrir de la vida de la gente en los primeros días .

La Aldea se encuentra en la zona montañosa del Distrito de Changhua, en el centro de Taiwan. Después de atravesar una imponente puerta coronada por doce cañones, los visitantes se encuentran con ganado, arquitectura tradicional, muebles y herramientas en una atmósfera evocadora del Taiwan anterior a la industrialización; la tarea de interpretar la vida de entonces corre a cargo de los guías.

Sonya Tsao, entre el personal con más experiencia, explica a los visitantes el significado de la arquitectura tradicional. “La mayoría de los taiwaneses emigraron aquí desde las provincias de Fukien y Kwangtung, en China continental. Como no podían permitirse comprar materiales de construcción de allí, tenían que producirlos ellos mismos”, dice Tsao. “Algunos usaban bambú o mezclaban tierra y paja con estiércol de vaca, para fabricar ladrillos con los que hacerse sus casas; eran materiales muy fáciles de conseguir en aquellos tiempos”. Tsao añade que la gente que contaba con algún dinero de más cubría el techo de sus casas con paja o los ladrillos con azulejos para proteger uno y otros de la intemperie.

La Aldea Tradicional Taiwanesa

Los visitantes pueden probar comidas tradicionales, como estos fideos, y asistir a su proceso de confección.

Tsao prosigue explicando el significado de las pinturas de las paredes y el de las baldosas alrededor de las casas. “En la sociedad agrícola siempre hacía falta mano de obra, así que todas las familias aspiraban a una descendencia numerosa; ese deseo se refleja en muchos motivos decorativos”. Apuntando hacia la pintura de una calabaza y un banano, comenta: “La gente en aquellos tiempos quería tener la mayor cantidad posible de hijos, lo mismo que las plantas de la calabaza y el banano dan una gran cantidad de fruto”; y añade que otro tanto se puede decir de la disposición de las baldosas de modo que recuerden al carácter chino de “persona”. Además, ciertos diseños expresan bienvenida mientras otros pretenden mantener alejados a los visitantes: “Alguien que no entendiera el significado pensaría, seguramente, que esta decoración en las paredes y el suelo no tenía otro objeto que el puro disfrute estético”, dice Tsao.

Son muchas las construcciones en la Aldea Tradicional Taiwanesa con interesantes historias que contar. Tsao señala un pozo incrustado en el muro que rodea el patio de un edificio tradicional: “A este tipo de pozo se le llamaba ‘de medio lado’, y en aquel entonces era prueba de ayuda mutua”, dice. Según explica, pocos podían permitirse tener un pozo propio por lo caro de los trabajos de excavación; tratándose, pues, de un bien tan preciado la mayoría de la gente era reacia a compartirlo con otros. Sin embargo, el propietario de este pozo lo situó en un punto intermedio fuera de su propiedad para compartir el agua con sus vecinos. “Me emociona un acto tan humano y admirable”, dice Tsao; y agrega que no es la única historia de este género en la Aldea: “Muchos edificios tienen la suya particular, como por ejemplo la Estación de Tren de Nuevo Peitou”.

Esta, ubicada originalmente en Taipei, tuvo que cerrar con la entrada en funcionamiento del nuevo sistema de transporte público, y fue entonces donada por el Ayuntamiento a la Aldea. Tsao recuerda cómo, cuando se celebró una exposición ferroviaria en la estación después de su traslado a la Aldea, vino un anciano que permaneció sentado allí delante durante más de dos horas. Preocupada pensando que quizá tendría algún problema, Tsao le preguntó si necesitaba ayuda; tras entrar en conversación con él, supo que en su día había trabajado como revisor en la estación.

Con los ojos llenos de lágrimas, el anciano compartió con la guía muchas de sus historias. Contó que en los viejos tiempos el vecindario de la estación carecía de escuela y los estudiantes dependían del tren para acudir a clase en otras ciudades; todas las mañanas comprobaba que no faltaba ninguno antes de dejar salir al tren que, sin el imperativo actual de la puntualidad, esperaría al estudiante que llegara tarde. “El hombre me contó que la estación era lugar de cita habitual para muchas parejas, que tomaban luego el tren hasta alguna otra ciudad para ir al cine. El también fue aquí donde conoció a su mujer”, dice Tsao.

Además de los edificios en sí, se ofrecen representaciones en vivo de bodas tradicionales, festivales y espectáculos de acrobacia. Los visitantes pueden ver, y experimentar ellos mismos, la forma en que sus antepasados fabricaban papel y prensaban caña para hacer azúcar o maní para producir aceite. Muchas de estas demostraciones se llevan a cabo con la ayuda de ganado y molinos de piedra.

Asimismo es posible degustar aperitivos tradicionales tales como el dulce “bigotes de dragón” y los fideos de arroz, además de asistir al proceso de su confección. Tsao menciona que a muchos visitantes les gusta observar cómo se hacen los “bigotes de dragón”, en el pasado un valioso presente ofrendado a las familias imperiales. “Al joven confitero, cuando se pone manos a la obra, el pelo y las cejas se le llenan del polvillo blanco del dulce y tiene el mismo aspecto que Santa Claus”, dice Tsao.

Teniendo en cuenta a toda la familia, la Aldea ha incluido algún elemento más moderno del gusto de los niños: un tiovivo, una noria y otras atracciones de alta tecnología tienen la misión de mantener entretenido al público infantil. El año pasado empezó a funcionar el recorrido bautizado como “El Rey Navegante”, una curiosa mezcla de cuento de la Dinastía Ming (1368-1644) y la tecnología más avanzada; recreando tormentas, erupciones volcánicas y cascadas mediante efectos de ordenador se pretende hacer vivir a los turistas una de las más excitantes aventuras marítimas de la historia china.

La Aldea Tradicional Taiwanesa

Este “pozo de medio lado”, incrustado en el muro que rodea a un patio, simbolizaba antaño ayuda mutua.

Jason Tung, subdirector del centro de información de la Aldea, afirma que sólo aquí pueden encontrarse algunas características especiales del viejo Taiwan. “La mayoría de las instalaciones recreativas [en Taiwan] las crean grandes compañías extranjeras, y muchas de ellas ofrecen atracciones parecidas. Las de aquí [en la Aldea] tienen un carácter único porque, por muy modernas que sean, su contenido histórico les da a los visitantes la oportunidad de entrar en contacto con la cultura tradicional”. “Cuanto más tiempo llevo aquí, más me gusta este sitio --porque realmente es un lugar de cultura”, dice Tung. “Antes tenía un mejor sueldo, pero me gusta trabajar aquí porque puedo sentirme realizado de una forma que no se consigue con dinero”.

Una madre con dos niños, procedentes de Taipei, también elogia la Aldea: “Este es un lugar lleno de significado; les da a mis hijos la oportunidad de ver qué difícil era la vida que llevaban nuestros antepasados y así les recuerda que tienen que apreciar la prosperidad actual. Creo que deberían construirse más aldeas como ésta, con fines educativos”. No fue fácil, sin embargo, sacar adelante este proyecto: la familia de Shih tuvo que pasar por diversas penalidades e invertir más de NT$3.100 millones (casi US$100 millones).

hih comenzó a adquirir los terrenos para la Aldea, en una zona de frutales abandonados, en 1980. Al principio fue fácil porque los precios de la fruta andaban por aquel tiempo muy bajos y muchos propietarios querían deshacerse de sus parcelas; pero al enterarse de que Shih iba a construir un centro recreativo, la gente elevó los precios y empezó a resultar cada vez más difícil comprar. A fin de poder hacerse con el último trozo de tierra requerido, Shih llegó al extremo de intercambiar una parcela de su propiedad en zona urbana por otra más pequeña y perdida en este sitio desértico y remoto; el proceso se cerraba tras ocho años y después de realizar transacciones con unos setenta propietarios.

Para obtener el permiso de construcción de la Aldea, Shih aún hubo de esperar otros cuatro años y conseguir que le estamparan casi trescientos sellos oficiales en su solicitud.

El siguiente obstáculo fue encontrar compañías capaces de diseñar la Aldea: Shih se dirigió a tres, extranjeras, especializadas en proyectos para centros recreativos, pero ninguna se atrevió a aceptar el encargo por su desconocimiento respecto a la historia de Taiwan. Y como incluso la respuesta de las compañías locales fue negativa, por idénticas razones, al final Shih recurrió a la ayuda de especialistas en artes tradicionales, estudiosos y arquitectos.

Una vez comenzados los trabajos de construcción, Shih y su familia, así como sus empleados, se vieron obligados a trabajar durante varios años en difíciles condiciones. La zona se hallaba entonces cubierta de fuertes pendientes y nivelar el terreno no fue una tarea fácil. Lee Chao-jen, con ocho años ya en el parque y actualmente director del departamento de planificación y mercadeo, recuerda cómo eran aquellos difíciles días.

“Todos los días veía a las maquinas excavar tierra para reducir a llanuras esas altas colinas”, dice Lee. “Por entonces éramos más de sesenta empleados trabajando en una pequeña oficina cercana al lugar de las obras, y toda la zona estaba cubierta de polvo y arena”. Lee añade, bromeando, que en aquella época no tenía que preocuparse de andar lavando el coche, pues “no tenía sentido hacerlo cuando iba a quedar enterrado en polvo otra vez nada más terminar de limpiarlo”.

Tung recuerda también a su jefe, con casi setenta años, saltando de un lado para otro afanado en la supervisión diaria del trabajo. El hijo de Shih y actual vicepresidente ejecutivo de la Aldea, Daniel T. H. Shih, llegó a cuestionarse si la creación de ésta realmente merecía tanto esfuerzo por parte del grupo.

“Muchos amigos míos acudían al mercado de valores por la mañana y por la tarde podían ir a relajarse a la sauna; vivían como en el paraíso. En cambio a mí me tocaba trabajar en las obras desde la mañana temprano hasta bien entrada la noche --no podía por menos de preguntarme si estaba haciendo lo que debía”, dice Shih el joven. Ahora, sin embargo, piensa que todo aquello mereció la pena. “No sólo convertimos este lugar en un centro popular de recreo, sino que también hemos preservado a gran escala el desarrollo histórico de Taiwan de los últimos 300 a 400 años”, concluye. Tampoco para el público han pasado inadvertidos sus esfuerzos.

Durante los últimos cinco años consecutivos, la Aldea ha sido distinguida por la Administración de Turismo de Taiwan como centro recreativo privado de categoría superior y los dos Shih han recibido premios de organizaciones públicas y privadas en reconocimiento a su contribución a la sociedad. “A lo largo de casi veinte años los Shih han sido los únicos inversores en la construcción de la Aldea; cargar una familia con esa responsabilidad social tan grande hace, en mi opinión, que sus esfuerzos merezcan una ayuda”, dice Tung. El año pasado, una empresa controlada por el Kuomintang se convirtió en el principal accionista de la Aldea.

unque la Aldea ha recibido numerosos premios y llegado a convertirse, tras su apertura en 1993, en uno de los centros recreativos más populares de la isla, no baja la guardia en sus esfuerzos por introducir mejoras ante una competencia siempre creciente.

“Por muy ocupado que tenga el día, siempre intento sacar un poco de tiempo para obtener del extranjero la información turística más reciente y poder ofrecer a la gente más opciones recreativas con un nivel de calidad internacional”, afirma Daniel Shih. “Aunque resulta auténticamente agotador, merece la pena. Con lo duro que han trabajado mi padre y mis colegas para levantar esta aldea, no me gustaría echarlo ahora todo a perder”.

Para el futuro, los dos Shih tienen puestos en marcha cinco proyectos a terminar en cinco años. Además del hotel de lujo ya existente, planean construir otro de clase turista y ampliar el espacio de acampada para atraer a más visitantes con presupuesto limitado. También están previstas diversas mejoras por toda la Aldea y la inauguración de una cadena de establecimientos alrededor de la isla para la venta de artículos de tema tradicional. Asimismo, los Shih confían en poder colaborar con otros centros recreativos de dentro y fuera de la isla para llegar a constituir un club internacional.

Shih Ching-sun tiene actualmente setenta y tres años, y conserva las energías necesarias para ocuparse de su Aldea. Aunque no faltan los desacuerdos ocasionales entre él y su hijo acerca de determinadas actuaciones, ambos se muestran decididos a seguir contribuyendo a que prospere y a mantener las artes tradicionales de Taiwan para las futuras generaciones.

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