09/05/2024

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Yang San-lang: Monet en Taiwan

01/01/2000
Amanecer en la Montaña Yu (1985) Oleo sobre lienzo. 60,5 x 72,5 cm.2.

Yang San-lang tuvo una larga y distinguida carrera. Fue uno de los ocho pintores (siete nativos taiwaneses y uno japonés nacido en Taiwan) que fundaron en 1934 la Asociación Artística Taiyang, el círculo más numeroso y prominente de pintores durante el período de la ocupación japonesa (1895-1945). Una de las primeras cosas que hizo este grupo fue establecer la Exhibición Artística Taiyang, a celebrar anualmente en abril y mayo. Esto provocó cierto revuelo, porque hasta ese entonces la única muestra importante de bellas artes había sido la Exhibición de Taiwan, organizada con carácter también anual a partir de 1927 por la Sociedad Educativa de Taiwan.

Yang era una de las principales figuras del nuevo círculo, y muy pronto ocupó una posición de autoridad que mantendría por muchos años. “Entre tantos pintores, no puedo decir que Yang fuera el mejor, pero indudablemente es uno de los artistas más influyentes que ha tenido Taiwan, especialmente durante el período de la ocupación japonesa”, dice Lin Hsing-yueh, pintor y crítico de arte que enseña en el Instituto Nacional de Artes.

El surgimiento de este grupo tan “taiwanés” fue calurosamente recibido por los defensores del nacionalismo. Sin embargo Liao Chi-chun (1902-1976), uno de sus fundadores, rechazó firmemente cualquier insinuación de que los miembros querían explorar la conciencia étnica o transmitir un mensaje político. “A través de nuestro esfuerzo, la sociedad ha logrado aumentar significativamente el número de amantes del arte”, dijo. “Sin embargo, demasiada gente comete aún el error de pensar que la fundación de la Asociación Artística Taiyang fue una forma de rivalizar con la Exhibición de Taiwan. Nuestra intención era muy simple. La Exhibición de Taiwan era un maravilloso evento otoñal, y por ello, tratamos de inventar algo igualmente bueno para iluminar la primavera de Taiwan”.

En 1923, once años atrás, motivos similares llevaron a Yang San-lang, que ya estaba decidido a dedicar su vida a la pintura, a embarcarse en un buque mercante que partía para Japón. Había mantenido el viaje en secreto temiendo que su familia, al enterarse, tratara de impedírselo. En su segundo día a bordo, su hermano mayor logró averiguar su paradero y le envió un telegrama donde le expresaba la preocupación, la comprensión y el cariño que por él sentía su familia. “Cada vez que recordaba aquel día, se entristecía y lloraba”, dice su esposa, Hsu Yu-yen, ella misma pintora aficionada.

Un año después, Yang entró en el Colegio de Bellas Artes Kansai en Kyoto. Así comenzó este talentoso artista su larga carrera como pintor, alentado por el apoyo de su familia, y luego por el de su esposa.

En 1927, una de sus obras titulada Días de Pascua fue admitida a la primera Exhibición de Taiwan, a cuyo término el entonces Gobernador de Taiwan compró la obra para su colección privada. Posteriormente, otras de sus obras fueron mostradas en la Exhibición de Taiwan de 1929, ganando esta vez el premio a la mejor pintura. Al año siguiente obtuvo el prestigioso Premio de Honor para la Mejor Recomendación otorgado en la misma exhibición. Sin embargo, al año siguiente sufrió un frustrante revés, cuando le fueron rechazadas las tres obras que presentó a la quinta Exhibición de Taiwan. Fue éste un momento decisivo. Yang aceptó el veredicto de los jueces con gran humildad y decidió ir a Europa para perfeccionar sus destrezas artísticas, especialmente el dominio de la perspectiva.

En París, Yang repartía su tiempo entre visitas a los museos más importantes y la realización de dibujos en los que intentaba captar las diversas facetas de la capital. Plantado frente a las obras originales de pintores tan ilustres como Claude Monet y Vincent van Gogh, apenas podía contener sus emociones. “Fue como llegar por fin a conocer en persona a la chica de la que hubiera estado enamorado secretamente por muchísimo tiempo”, dijo luego. “Supe que la pintura iba a ser la búsqueda de toda mi vida”. Admiraba especialmente a Jean Baptiste Camille Corot, pintor francés del siglo XIX, cuyo estilo naturalista destila un sutil hálito poético.

Durante su estancia en Europa desde 1932 hasta 1934, varias de sus obras fueron seleccionadas por el Salón Francés de Otoño. Asimismo, Yang dedicó mucho tiempo a los viajes, visitando Austria, Inglaterra, Alemania, Italia, España y Suiza. Durante este período, Yang terminó más de doscientas obras que se distinguen por el atrevido empleo de colores brillantes y un toque “sólido”. El impresionismo dejó una huella profunda en Yang, quien fue concentrándose cada vez más en la forma y el tono de sus pinturas, así como en el llamativo uso de los colores, dándole a sus obras lo que su esposa llama un encanto inconmensurable. En sus palabras, el estilo de Yang se convirtió en “una moderna expresión europea de la ternura y la sutileza”.

Kenneth Lo, presidente y director principal del Banco Industrial de Taiwan, es un coleccionista entusiasta de las obras de Yang. Compró su primer cuadro en 1980 en una galería, pero después los adquirió directamente del artista. “Yang San-lang resume la simplicidad y la honestidad taiwanesas”, dice él. “El es Monet en Taiwan, para mí el pintor taiwanés número uno. Sus obras muestran un magnífico contraste de color y luz, con maravillosa perspectiva”.

Este pintor realista y romántico, como lo describió en una oportunidad el autor de un artículo en una revista, siempre insistía en la necesidad de volver a la naturaleza. “Sólo dibujando la naturaleza, podemos capturar la verdadera naturaleza viva, tomar su quintaesencia y plasmarla de forma adecuada”, decía. Para él, pintar significaba mucho más que la labor árida y automática de llevar a un lienzo los objetos tal como se nos presentan a la vista. “Vuelva a la naturaleza”, aconsejaba. “Fije sus ojos en la montaña, esfuércese en oír el - mar ­sienta el ritmo de la naturaleza y absórbalo en sus venas”.

Yang practicaba lo que predicaba. Mientras pintaba un paisaje japonés, visitó el lugar en la misma estación durante tres años consecutivos hasta que estuvo satisfecho. Raras veces colocaba fecha a sus pinturas porque las consideraba una obra abierta. “Siempre creo que cuanto más añado y cambio, mayor la serenidad y la armonía que refleja el lienzo”, dijo. “Sobre todas las cosas, quiero alcanzar la armonía mediante la práctica continua y el trabajo arduo”.

En 1946, el año después del regreso de Taiwan a los chinos nacionalistas, se confió oficialmente a Yang San-lang la labor de preparar la Exhibición de Arte de la Provincia de Taiwan, montada por primera vez en octubre. Dos años más tarde, la Exhibición Artística Taiyang recobró su vitalidad gracias a la ayuda de Yang.

Como principal promotor de las exhibiciones privadas y gubernamentales, Yang tuvo un papel central en el mundo de las bellas artes de Taiwan durante los años cincuenta. Estaba convencido de que un riguroso sistema jerárquico era esencial para el establecimiento de una autoridad artística fiable, y se dedicó con evidente entusiasmo a convertirse en esa autoridad. Su esposa recuerda con cariño cómo solía colocar sus pinturas en un carro de madera unido a su bicicleta para ir al Departamento de Educación del Gobierno Provincial de Taiwan donde, gracias en parte a su fama y en parte a su determinación, conseguía convencer a unos funcionarios en principio poco dispuestos para que se las compraran. El dinero que ganaba se lo daba, entonces, a jóvenes pintores que carecían de éste. “Su objetivo era aumentar la conciencia social respecto al arte y elevar el estatus de los pintores”, dice el pintor y crítico Lin Hsing-yueh. “El quería que la pintura se diera a conocer y fuera aceptada como una carrera respetable en la sociedad de esa época”.

A finales de los cincuenta y a principios de los sesenta, muchos de los pintores jóvenes de Taiwan comenzaron a alejarse de la delicadeza artística de la pintura en tinta china y del impresionismo japonés, dos formas artísticas que tradicionalmente influían profundamente a los artistas taiwaneses. Círculos artísticos recién formados, tales como el Grupo Artístico Oriental y el Grupo Quinta Luna, influenciaron a las prometedoras jóvenes estrellas de la isla con las tendencias contemporáneas occidentales, especialmente el arte abstracto. Con frecuencia, estos grupos criticaban duramente a los antiguos tradicionalistas. Pero a pesar de haber sido etiquetado de “académico”, “conservador” e incluso “reaccionario”, Yang San-lang nunca traicionó sus ideales artísticos ni su pasión por la naturaleza; para él, cualquier cambio artificial era una forma de manierismo.

“Un verdadero pintor debe seguir su propio camino hasta el final”, solía decir Yang. “Seguir cualquier tendencia pasajera no es una buena idea. Pero esto no significa que no se pueda emprender la búsqueda de nuevos conocimientos. Es importante apreciar los méritos y los defectos de las últimas tendencias y aprender de ellas con criterio de selección”. Lin Hsing-yeh no tiene más que elogios para este principio de Yang. “Merece un aplauso”, dice. “El arte es un asunto de elección, no una pregunta de sí o no. Algunas tendencias se desvían de la corriente principal, pero aun así existen. Sin embargo, los artistas que cambian de una a otra, sólo demuestran su confusión de pensamiento y una falta de autoexamen crítico”.

La época que Yang pasó en Japón y Europa le sirvió para adquirir mucha experiencia en diversas corrientes, incluyendo el arte abstracto, el cual le pareció insípido. Yang dijo alguna vez que ahora que había encontrado su “Isla del tesoro”, quería explorarla a fondo.

No obstante, la Vigésimo Octava Exhibición de Arte de la Provincia de Taiwan en 1974 experimentó una completa transformación. Los reformistas asumieron el control y, muchos miembros antiguos fueron dejados a un lado. Yang, el santo patrón del templo conservador, decidió hacer las cosas a su manera. Fundó la Asociación de Pintura al Oleo de la República de China, donde ocupó el cargo de presidente del directorio de supervisores. Al mismo tiempo continuó desempeñando un papel importante en la Asociación Artística Taiyang, que hoy día aún existe, junto a la Exhibición Artística Taiyang.

La larga trayectoria de Yang San-lang como uno de los pintores de la primera generación formado tanto en escuelas japonesas como occidentales le ha dado una posición única ­aunque algunas veces controvertida­ en el mundo artístico de Taiwan. “En los años ochenta se formó un movimiento de repliegue a lo local, paralelo a la reexaminación de la historia de Taiwan”, señala Lin Hsing-yueh. “Se pensó que viejos pintores formados por los japoneses que habían elegido centrarse en Taiwan y habían decidido mantener este estilo, se habían ganado un lugar de honor en los anales de la isla. Se podría decir que tuvieron su segunda primavera”. En el caso de Yang, la primavera terminó siendo excepcionalmente soleada. Su obra La rosa, en una subasta de 1995, se vendió por un precio cuatro veces mayor al que costaban sus pinturas a principios de la década.

Yang continuó apegado a sus ideales estéticos y pintó hasta el final. En 1993, dos años antes de su fallecimiento, sufrió una apoplejía que su esposa atribuyó al agotamiento derivado del trabajo dedicado a una serie de cuadros sobre Chinshan, un pueblo en la punta norte de Taiwan, cuyas calles desaparecerían tras la remodelación de la zona.

Durante su carrera, la mayoría de los temas que eligió Yang fueron escenas y paisajes naturales, aunque ya avanzado en años tuvo deseos de pintar más retratos. Sin embargo, la debilidad física fue un obstáculo para ello, y los últimos años del artista se vieron hasta cierto punto ensombrecidos por sus sueños irrealizados. “¡Qué pena no poder vivir más!”, dijo alguna vez a su esposa con melancolía. No obstante, es difícil imaginar que su influencia hubiera llegado a ser aún más profunda de haber vivido más tiempo. “Su mayor contribución fue que, a pesar de toda la turbulencia política que le rodeaba, recogió la herencia artística taiwanesa de la antigua época y la condujo hacia una nueva”, dice Lin.

Quizás la impresión general que queda después de estudiar las obras de Yang puede resumirse muy bien en una palabra: nostalgia. Sus numerosos viajes, tanto en su país como en el extranjero, en búsqueda de sus representaciones ideales de la naturaleza, resultaron en pinturas iluminadas, como dice su esposa, por una “sensibilidad y delicadeza europeas modernas”, aun cuando pintaba paisajes rurales de Taiwan. El aura de tristeza dulce que impregna tantas de sus coloristas obras es testamento imperecedero de la grandeza de un digno patriarca.

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