05/05/2024

Taiwan Today

Taiwán Hoy

UN STRDIVARIUS HECHO EN TAIWAN

01/10/2008
Chiao Chung-hsing trabaja en la fabricación de un violonchelo. El artesano disfruta el trabajo a pesar de que puede ser largo y solitario.

El sueño de Chiao Chung-hsiung de ser un artista vocal llegó a su fin por culpa de una lesión; sin embargo, ésta también le abrió el camino que le llevó a convertirse en un maestro artesano de violines.

En un pequeño taller en el noveno piso de un edificio de apartamentos en la zona sur de Taipei, Chiao Chung-hsing, de 49 años, esculpió durante dos horas una pieza de madera de abeto. Tendrá que continuar la tarea durante un par de días más para darle la curvatura y el grosor adecuados a la caja de resonancia, y contrapearla a las otras partes del instrumento, que son hechas con madera de arce. “La madera de abeto italiana, de los Alpes, es la mejor para la caja de resonancia, y la de arce, traída de Yugoslavia, para las otras partes”, dice Chiao. “La temperatura, pluviosidad, proceso de secado y todos los pequeños detalles marcan una gran diferencia”.

Chiao fabrica violines desde hace dos décadas. Su incursión en este negocio fue totalmente inesperada. Cuando era jovencito, él cantaba en el coro de su iglesia. Luego, decidió convertirse en cantante lírico y entró en el Instituto Nacional de las Artes de Taiwan (actualmente la Universidad Nacional de las Artes de Taiwan) para cursar estudios de vocalización. Le fue bien, y con su buena voz de barítono, después de graduarse, prosiguió el desarrollo de su técnica vocal en el extranjero. “Los cantantes líricos —especialmente los hombres— nunca han sido considerados verdaderos artistas en Taiwan y tienen poca demanda, y pocas oportunidades laborales”, dice. “Pero como sentía tanta pasión por el canto, pensé que continuar mi educación en Italia, me iba a ayudar a conseguir trabajo como profesor universitario cuando volviera a Taiwan, por eso decidí hacer la prueba”. Después de cuatro años de trabajo como representante de ventas en una compañía de transporte aéreo, con un poco de dinero ahorrado, compró los boletos de ida para él y su esposa, y se fue a Milán en 1986.

La vida en Milán
Los exámenes de entrada a las escuelas de arte no fueron difíciles y la matrícula escolar era mínima, pero el alto costo de la vida en Milán era un problema. Los US$1.500 que la pareja llevaba consigo fue apenas suficiente para alquilar un apartamento y comprar algunos artículos básicos. Para alguien que no contaba con apoyo financiero y hablaba poco italiano, la mejor solución fue trabajar como mesero en un restaurante chino para ganar un poco de dinero. “El dinero era apenas suficiente y a veces dependía de las sobras del restaurante para alimentarnos los dos”, recuerda. “Pero ese tipo de dificultad material no era un gran problema para un hombre joven, lleno de pasión y que trataba de hacer realidad su sueño”.


Todo se dificultó más cuando la esposa de Chiao quedó embarazada. Desesperado por ganar más dinero, Chiao empezó a cultivar judías en su apartamento para venderlas a los restaurantes chinos. Sin embargo, su falta de experiencia en cultivo y con las exigencias físicas del trabajo, se lastimó la espalda. La lesión fue tan grave que no pudo levantarse por mucho tiempo, mucho menos cantar en un escenario. Para empeorarlo todo más, los médicos le dijeron que había muy pocas posibilidades de recuperación.


“Mi madre, que no podía escribir, me enviaba grabaciones”, dice Chiao. “Lloraba y me pedía que regresara porque ya yo no podía cantar. Entonces, pensé que tenía la opción de regresar a casa como un perdedor, o quedarme aquí y ver qué más podía hacer”.

El instrumento que fabricó Chiao y le hizo acreedor de una medalla de plata en una competencia estadounidense en 1992. Ahora, lo toca su hija mayor que estudia violín en la universidad.

Chiao pensó en la Escuela Internacional de Fabricación de Violines Antonio Stradivari en Cremona, en el norte de Italia, donde había visitado a un estudiante taiwanés de la escuela cuando llegó al país. A Chiao le había fascinado la artesanía, pero como había venido a Italia a estudiar música vocal, nunca había considerado seriamente tratar de aprenderla. Pero como su lesión en la espalda le cambió los planes de una carrera como cantante, Chiao decidió hacer el intento con la fabricación de violines. “Era algo relacionado con la música, y parecía interesante”, dice.


Su falta de entrenamiento en talla de madera, carpintería o cualquier otra artesanía, no fue un obstáculo para su ingreso en el programa de fabricación de violines de la Escuela Stradivari, de cuatro años de duración. La escuela cumple la función de convertir a los que no tienen ningún conocimiento en la materia en artesanos. Sin embargo, la parte difícil fue el examen nacional que deben tomar todos los graduados al finalizar el curso a fin de obtener un certificado de luthier, o artesano de instrumento de cuerdas. Después de familiarizarse con las herramientas, Chiao completó su primer violín en algunos meses. Lo envió a una competencia local de fabricantes de violines, donde su instrumento quedó eliminado en la primera ronda.

Visitas a los maestros
Sin embargo, Chiao no se desanimó. Este fracaso lo impulsó a trabajar con mayor ahínco. Además del trabajo en clase, comenzó a visitar los talleres de artesanos maestros, con la esperanza de aprender sus secretos. Durante el segundo año en Cremona, Chiao tuvo la oportunidad de visitar el taller del maestro artesano Francisco Bissolotti. “Uno no se imagina qué hacer para perfeccionar la artesanía hasta que entra en su taller”, dice Chiao al recordar la emoción que sintió cuando visitó a Bissolotti.


Al conocer el propósito de la visita de Chiao, el maestro quiso ver una muestra del trabajo del joven. “Básicamente me dijo que era un largo viaje de Taiwan a Italia, demasiado largo para el tipo de violín que estaba haciendo”, dice Chiao. “Pero fue muy amable —o probablemente diplomático— y me pidió que trajera todo lo que había hecho para darme su opinión”.


Después de esa visita, Chiao fue inmediatamente a su apartamento y trató de emplear algunas de las técnicas que había visto en el taller del maestro. Luego, llevó el violín resultante a Bissolotti. En ese momento, la artesanía de Chiao no impresionó al maestro, pero sí el entusiasmo del joven. En los años siguientes, el entusiasmo de Chiao lo llevó a visitar los talleres de otros artesanos maestros, tales como Giorgio Ce y Giobatta Moráis, y progresó rápidamente.


Chiao explica que el sonido de un violín depende de su forma, la madera utilizada, el grosor de la parte frontal y posterior, el barniz que cubre la superficie exterior. Una pequeña imperfección en cualquiera de estas áreas o un defecto en la artesanía puede arruinar todo el trabajo. “Cuanto más profundizaba en la artesanía, más me fascinaba”, dice Chiao. “La fabricación de violines va más allá de lo que uno puede aprender un la vida”.

Honores internacionales
En 1991, el trabajo duro de Chiao empezó a cosechar frutos, cuando logró el 16º lugar entre 200 competidores en la Competencia Internacional de Fabricación de Violines Antonio Stradivari en Cremona. Esta, llamada así en honor del famoso artesano de violines, es el concurso internacional más importante de su tipo. Hasta la fecha, Chiao es el único fabricante taiwanés que ha ganado un premio en la competencia.

Los moldes se usan para construir la forma de las esquinas o lados del violín.

En 1992, Chiao aprobó las asignaturas en la escuela de fabricación de violines con la mayor puntuación en su clase, y luego pasó el examen nacional de Italia para convertirse en un artesano maestro. Envió uno de sus violines a Estados Unidos para participar en otro importante concurso internacional celebrado por la Sociedad del Violín de América, y ganó la medalla de plata en la categoría de violines de tono. No se otorgó la medalla de oro ese año en esa categoría.


La medalla de plata de la Sociedad de Violines de América es también el mayor honor que un fabricante taiwanés ha recibido en una competencia internacional. El violín galardonado es utilizado ahora por la hija mayor de Chiao, quien estudia violín en la Universidad Nacional de las Artes de Taiwan.


Chiao explica que la única manera de describir el sonido de un tono o de la voz es a través del uso de adjetivos —poderoso, elegante, rico, etc. Es un tema muy subjetivo, porque la interpretación del significado de un adjetivo difiere de persona a persona. “Los fabricantes imprimen sus interpretaciones y toque personal en sus violines, lo que hace que cada instrumento sea único”, dice.


Cuando se ganan importantes premios, también aparecen excelentes ofertas de trabajo en la comunidad internacional de fabricantes de violines. Después de ganar la medalla de plata, Chiao tuvo la oportunidad de trabajar para una compañía estadounidense de varios siglos de antigüedad, pero no la aceptó, y regresó a Taiwan para cuidar de su madre.

Singularidades del mercado
El hecho de ganar importantes premios no se tradujo en más oportunidades de ganar dinero en su país. “Taiwan tiene la mayor densidad de estudiantes de violín en el mundo, pero ninguno toca violines hechos por artesanos locales”, dice Chiao. “Los principiantes utilizan los baratos hechos en China, que cuestan desde NT$3.000 (US$100), y los estudiantes universitarios de violín compran los italianos hechos a mano, que cuestan por lo menos NT$400.000 (US$13.333)”, dice él. “Pero no hay un mercado en el medio”.


Según Chiao, cinco taiwaneses han terminado los cursos en la Escuela Stradivari en Cremona, pero él es el único que todavía se dedica al negocio. Los otros reparan violines, que es bastante rentable, o venden violines, que es aún mucho más provechoso.

Cinceles variados, lijas y otras herramientas utilizadas en la fabricación de violines.

Apenas volvió a Taiwan, Chiao pensó incursionar en el negocio de importar violines, porque la demanda por los violines fabricados localmente era muy baja. El conocía de violines, tenía una buena fuente y había un mercado establecido, lo que sería dinero fácil. El único problema era que le recordaría los días que trabajaba como representante de ventas. “Vender violines o servicio aéreos de carga eran lo mismo”, dice. “A menudo, es necesario exagerar las cosas o ampliar la verdad a fin de cerrar un trato. Realmente me disgusta la sensación de que todo comienza otra vez de cero una vez que se cierra un trato”.


Con la escasez de oportunidades satisfactorias en el país, Chiao trabajó durante un corto tiempo en una fábrica de violines con inversión taiwanesa en China continental. “Básicamente, era un grupo de agricultores, que habían sido contratados para ensamblar partes de violines, hechas de madera de calidad mediana”, dice. “No podía administrar el personal y tampoco podía hacer nada respecto a la calidad de los productos, por eso no había razón para seguir allí.

Mayor reputación
Chiao regresó a Taiwan y empezó a ganarse la vida con la reparación de violines, y se hizo famoso poco a poco. Logró establecer buenas conexiones en el mercado local. Los comentarios positivos del internacionalmente famoso violinista Lin Cho-liang, después de probar uno de los violines de Chiao, fueron favorables para el negocio. Sin embargo, la fabricación de violines requiere de mucho tiempo, lo que limita las oportunidades comerciales. Se necesitan seis meses para terminar un instrumento —un mes para fabricarlo, y una espera de cinco meses para que la pintura y la pega se sequen. Chiao hace entre seis y siete violines al año y trabaja siete horas al día. Algunos clientes deben esperar hasta dos años por un violín.


Además de reparar violines antiguos y hacer nuevos, Chiao también enseña la artesanía —algo que empezó a hacer accidentalmente. Esto empezó hace alrededor de una década, cuando un señor le llevó a Chiao los violines usados por su hija para darles mantenimiento. El señor le preguntó a Chiao por qué los violines hechos en Italia eran tan caros, y le dijo que quería aprender todo sobre la fabricación de violines. Hoy, la matrícula que cobra Chiao es de NT$280.000 (US$9.333) — el mismo precio de uno de sus violines. Después de fabricar su primer violín bajo la tutela de Chiao, el padre pensó que el instrumento era tan bueno o mejor que los italianos. “La gente piensa que los violines que no son italianos, no alcanzan los estándares”, dice Chiao. Poco después, el padre dejó su carrera como ingeniero eléctrico y estableció su propio negocio de fabricación de violines. “Cuanto más aprende la gente sobre la artesanía, más aprecia los buenos violines, y se reduce el mito que rodea a los violines italianos”, dice. “Quizás, algún día un violinista taiwanés famoso mundialmente toque un violín hecho en Taiwan ante un público internacional”.


La mayoría de los aprendices de Chiao considera la artesanía como un pasatiempo, y se dedica a otras cosas. No hay límite de tiempo para el estudio, y los estudiantes pueden tardarse todo el tiempo que quieran en terminar sus violines. Por lo general, Chiao es la única persona en el taller, tallando, lijando o pintando una pieza de madera. “Es un trabajo a veces muy solitario”, dice con una voz de barítono alegre, “pero es algo que yo disfruto”.

Popular

Más reciente