30/04/2024

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El Hombre y la Tierra

01/05/1987
Desde las detestables raíces en una familia del campo, el fotógrafo Juan I-jong retorna a los registros de las relaciones íntimas del hombre con la tierra y se siente a sí mismo transformado.

Aparte de ir a la escuela, mi niñez se pasó casi totalmente en un huerto.

Desde que pude caminar y levantar cosas con mis manos, fui enviado a llevarle bocadillos y merienda a mis hermanos mayores que trabajaban en el campo. Cuando crecí un poco más, los ayudé a empujar una carreta de madera con dos ruedas y cargada con batatas, maníes, o frijoles rojos; y eventualmente tuve que ocuparse de sus faenas cortando verduras y azadonando la tierra. Cada uno de mis siete hermanos y dos hermanas sufrieron años de ardua labor. Nacimos agricultores. Cómo odiábamos ese estatus y deseamos poder lavarnos este vergonzoso estigma.

La conservación del suelo y agua era difícil en nuestro huerto. Cada vez que el río cercano se desbordaba y lavaba la tierra de la superficie, toda la familia tenía que limpiar toda la grava y rocas que quedaban, para entonces cavar más profundamente para sacar suelo del fondo de la tierra. El procedimiento era repetido en menor escala después de cada lluvia torrencial. Esta forma de preservar y cultivar el suelo era especialmente agotador. Tengo muchos recuerdos infantiles de haber sufrido de insolación y desmayado mientras estaba trabajando la tierra bajo un sol abrasador, de haber quedado empapado por la lluvía y temblando en un frío súbito, y de haber quedado atemorizado con temerosas lágrimas por relámpagos destellando sobre mi cabeza. Más de una vez tuve que enterrarme entre las hojas de las batatas para esconderme, detestando mi desafortunado nacimiento. Le daba a tajos con mi azadón violentamente al eucalipto que crece en la orilla del campo y maldecía con odio la tierra: ¿Porqué, entre sus siete hermanos, mi padre sólo heredó este pobre huerto de verduras? ¿Porqué no podemos jugar después de clases como nuestros primos? ¿Porqué estamos condenados a estar amarrados al suelo?

Mi experiencia de agricultor continuó hasta que me gradúe de bachillerato y deje mi aldea natal. Hasta entonces, no sacaba nada de la tierra sino sólo odio. Debido a que estaba totalmente ocupado con los cultivos después de clases, el escaparme de clase era la única forma como podía disfrutar de tiempo libre. Pero escaparme de clase causó mi expulsión durante el segundo año de primer ciclo de secundaria, forzando un cambio de escuelas. Para poder continuar con mi educación, me fui a vivir con un tío en la villa Tungshan, a una hora y media de viaje en bus de mi casa.

Yo era el único estudiante que no era de la villa en la escuela. Como nadie sabía que yo era un pobre campesino, tuve una buena oportunidad para deshacerme, al menos temporalmente, el estatus que yo odiaba y los obsesionantes recuerdos de la "tierra y el trabajo".

Me disfraze para hacerme pasar por "alguien" con un famoso historial familiar. Para asumir exitosamente este disfraz, sabía que el contenido de mi conversación debería ser más rico de fondo que los otros niños de la escuela. Para poder tener más tópicos en que jactarme, desarrollé un temprano hábito de leer: devoraba novelas populares, después piezas maestras de la literatura mundial traducidas al chino, y finalmente inclusive las abstrusas obras filosóficas llenas de ideas que tragaba con ansias sin muchas críticas.

En mi opinión durante aquellos momentos, cualquier cosa relacionada con el suelo o el sudor era vergonzoso. En vez, los hombres nacieron para buscar "cosas espirituales", las potencialidades de la imaginación, y la ideología abstracta. Mis ideas fueron influenciadas por las tendencias culturales contemporáneas del existencialismo, las nuevas novelas francesas, el arte occidental abstracto, la música átona del vanguardismo, y la abstrusa poesía moderna. Todo eso conformaba la tierra de en­ sueño que yo procuraba asimilar: palabras, tonos, y figuras que no tenían absolutamente nada que ver con lo terrestre, especialmente el olor del suelo.

Yo veía la esencia de ser moderno como una rebeldía contra la tradición. Tantos personajes en las novelas y papeles principales en los dramas que aparecían en mis lecturas miraban hacia atrás y rechazaban las normas de la sociedad anterior. Ellos exhibían indiferencias hacia los otros y estaban solamente interesados en su propia existencia, reclamando que por sólo este sendero puede satisfacerse mejor la libertad personal. El hombre debe ser su propio común denominador. Sería insultante conectarse uno con los otros.

La cámara me despertó de esta larga pesadilla. Las personas y la tierra vistas a través del visor de imagen me hizo percibir el error que tenía mientras crecía, y cambió mi odio en afecto.

Mi primera cámara era una cámara reflex de lente único con alta sensibilidad. Siendo técnicamente de manejo fácil, desde los comienzos su excelente actuación me trajo inesperadamente una amarga tortura.

Debido al gran diafragma y brillante reflector de la cámara, las imágenes en el visor eran mucho más claras que la observación directa a ojo desnudo. De repente, se encuadraban escenas específicas, imposibilitándome mirar sobre las cosas en forma casual como antes. En el transcurso del ajuste de la distancia de enfoque, los objetos se mueven de oscuro a claro, requiriendo un estudio pormenorizado de su significado. Y si algun objeto carecía de significado, yo como fotógrafo no tenía absolutamente razón alguna para enfocar sobre él.

La cámara me obligó a preguntarme: ¿En qué cosa sobre la tierra debo enfocar -qué parte del escenario en frente de mí, o cuál cara entre un grupo de personas? Aprendí que la pregunta crucial era si una escena o una cara es o no es realmente significante para mí. Si lo fuera, como un fotógrafo, sé cómo componer el cuadro, dónde fijar el enfoque, y cuándo apretar el obturador. Sino, debo cargar con mi cámara al hombro, deambulando como un tonto.

Fui un tonto por tanto tiempo, no sólo porque no lograba comprender a los objetos vistos a través del visor, sino debido a que odiaba todo aquello que me había acompañado durante mi crecimiento. ¿Cómo puedo yo enfocar creativamente en las personas y penetrar honestamente en su significado si ellos siguen un modo de vida que yo odio?

No sé cuándo ni cómo yo logré finalmente pasar esa etapa. Tan profundo era mi odio que no conozco de un sólo incidente que hubiera podido aliviar mi complejas emociones. Tal vez era tan débil y tenía tanta falta de confianza en aquellos momentos que sólo me atrevía a tomar fotos de aquello que no rechazaba la presencia de mi cámara. Este pudo haber sido el primer paso fortuito: Tomé refugio en la parte más sincera y bondadosa de la naturaleza humana fotografiando aquellos que se miraban amistosos y deseaban aceptar a los extraños. Gradualmente aprendí que las personas con características realmente nobles estaban viviendo y trabajando seriamente en la tierra, la mayor parte de ellos simples aldeanos sin mucha educación, quienes con toda certeza no sabían nada acerca del existencialismo o la poesía moderna. Ellos aprenden del trabajo, de la tierra.

Así, tomé fotos día tras día. A través de la cámara, esas personas y tierra me liberaron de mis sueños turbulentos. Las experiencias de mi niñez ya no son más una carga vergonzosa.

Trece años han pasado desde que me volví fotógrafo, y la historia de mi fotografía es en realidad una auto-crítica de mi crecimiento. Pero me doy cuenta que es una acción egoísta, ya que la cámara no expresa en forma completa las reales circunstancias difíciles de esa honorable gente. Lo que yo presento es simplemente los sentimientos puros de los labradores, y eso me ayuda a sentir de nuevo la tierra que ahora yo agradezco y respeto. □

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