29/04/2024

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"Noche de Teatro" Una entrevista con San Mao.

01/05/1987
Entre los escritores chinos, San Mao es la primera que escribe en chino teniendo como trasfondo a España y su cultura. Su estilo y personalidad ha recibido mucha acogida de parte de los lectores chinos en la última década. Ella ha vivido más de 20 años fuera de su país natal y ha retomado recientemente para radicarse en Taiwán. A pesar que sus escritos tratan de descripciones y novelas que tienen como fondo sus experiencias en países de habla hispana, San Mao le agrega una buena dosis del espíritu humanista chino. Dos de sus obras más sobresalientes: Los cuentos del Sahara y El llanto del camello, fueron condensados en Selecciones del Reader's Digest y diseminadas en varios idiomas a nivel mundial. Otra importante obra suya, Noche de Teatro, es relato vívido de un viaje suyo a varios países latinoamericanos. Hasta ahora ha publicado 16 obras, todas las cuales han recibido favorables comentarios.

-Chen Ping, Echo Chen de Quero, San Mao, ¿por qué firmas tus libros con este último nombre?

Significa tres pelusas, tres plumas, tres pelos, es un nombre cariñoso, familiar, para el tercer hijo o hija; aunque soy la segunda de mis hermanos. Cuando era muy pequeña leí un libro de dibujos: allí salía un niño calvo, con tres pelos, que se llamaba San Mao... El primer libro de mi vida.

-Tus libros han alcanzado el mayor éxito de ventas en China. Figuras en un destacado número uno de las listas de escritores más famosos: ¿Cuándo y dónde empezaste a escribir?

Desde que tengo memoria, desde los tres años, ya sabía leer y escribir. En el colegio siempre tenía el primer puesto en redacción y el último en matemáticas. A los ocho años, envié un artículo a un periódico que publicaba una página se­ manal para niños...

-¿Y después de esa primera publicación?

Siempre escribía en el periódico mural del colegio, sin dificultades. Claro, leía mucho: a los nueve años, literatura clásica china, que me ayudó mucho... A los trece años me castigó la maestra de matemáticas, me pintó ceros en la cara, como un panda, y tuve una enfermedad síquica, me encerré en mí misma, y dejé de ir al colegio, me encerré en casa y así pasé tres años. A los dieciséis publiqué una novela corta, la primera como escritora, en "Literatura Contemporánea", la mejor revista literaria, hasta ahora, pero que poca gente lee.

-Te fuiste muy joven al extranjero...

De diecinueve años... Y paré de escribir. Hasta entonces habían aparecido cosas mías en periódicos y revistas, pero no era famosa, tampoco firmaba San Mao, sino con mi nombre: Chen Ping. Cuando salí de esta tierra, dejé de escribir durante casi diez años, hasta que me casé, en el desierto del Sahara, y empecé otra vez. Hay una gran diferencia entre los escritos de cuando era joven, sin verdad ni experiencia de la vida; y los de después: la que escribe es una mujer que vive, se casa, cocina, friega... La vida real cambió totalmente mi estilo de escribir.

-Vuelves a escribir en un país, digamos, poco conocido, extraño: Sahara, el antiguo Sahara Español, hoy en guerra, ¿te influye la gente, el paisaje, la vida que llevas allí?

El desierto me ha enseñado muchas cosas, porque era una vida muy dura. Mi primer libro, "Cuentos del Sahara", está lleno de una vida muy fuerte y muy pobre, y tiene alegría, ganas de vivir, en una tierra en la que no hay nada, ni material ni culturalmente... Hablo de mí, de mi marido y de mis amigos, saharauis y espanoles. En el libro siguiente, hablo de cómo nos marchamos de allí, cuando la Marcha Verde: se llama "El llanto del camello". En los dos se ve a una mujer valiente que vive en el desierto. Cuento cosas de risa: Cómo caminé, para casarme, una hora a cincuenta grados al Sol; sobre los trucos para dar de comer a los amigos....

-¿Fue difícil para ti, que vivías en la otra parte del mundo, publicar aquí. en Taipei?

¡Qué va! Tengo un record del que estoy orgullosa: jamás he mandado un artículo que haya sido rechazado. No fue difícil, pero he trabajado mucho porque he leído mucho.

-Saltando de ti a otra cosa, ¿crees que es difícil publicar para quienes quieren empezar a escribir?

Es dificilísimo.

-Además de escribir desde niña, también pintabas. ¿Ha tenido influencia la pintura en tu literatura?

Mucho. Mis novelas cortas parecen dibujos. Un director de cine me dijo que doy hechas las escenas. Como teatro también. Es una literatura muy plástica.

-Cuando escribes, ¿por qué te dejas llevar, por lo que quieres contar o por la belleza de las palabras?

Las palabras las escribo con cuidado, pero no me interesan tanto como la sinceridad. Muchos lectores me dicen que han entrado de corazón en mis cuentos, viviendo conmigo, olvidadas las palabras. Las palabras son instrumentos, herramientas para utilizar, pero no para separarme del lector. Hay muchos que escriben sólo palabras, y detrás de ellas no hay nada.

-¿Quiénes te leen más?

Mis libros se venden en todo el mundo donde hayan chinos: Londres, Madrid, Nueva York, Brasil... Cuando empecé, me leían los jóvenes. Ahora tengo un público de todas las edades, pero la mayoría, el setenta por ciento, son estudiantes.

-¿A qué crees que se debe estar acogida triunfal a tus libros, a tus dieciséis libros ya publicados?

De mi primer libro se vendieron muchísimas ediciones, más numerosas de lo habitual. He estado escribiendo por diez años y he influido en el espíritu de los jóvenes. No quiero decir que sea un héroe para ellos, pero saben que hay una chica que buscó su camino por sí misma hasta tener éxito, y esto les hace creer en ellos mismos. Les doy muchas ideas diferentes a las que les meten en la cabeza sus maestros. Además escribo con gran humanidad.

-¿Crees que puede influir en la juventud el que hayas llevado una vida libre?

Sí. Soy una persona que ha vivido su vida, siempre con libertad y amor, un alma libre que, ahora, intereso a los jóvenes en China comunista, influyo más allí que aquí.

-¿Eres un modelo, no un héroe, para los jóvenes?

Sí, no sé si bueno o malo, pero sí.

-Has viajado mucho...

Cuarenta y nueve países...

-Muchos de habla española: España, Sahara, Latinoamérica ...

A Latinoamérica fui medio año, enviada por un periódico. De cada país visitado tenía que sacar un artículo. Hice mal, no puedo forzarme a escribir una postal de cada uno de los diecisiete países. Salió un libro de encargo, no un trabajo vivido. Soy quien más ha escrito en China sobre España y Latinoamérica, he dado a conocer el mundo del idioma español, otra mentalidad y cultura diferentes a las norteamericanas, otra forma de vida que tienen gentes más cariñosas, distintas a los norteamericanos.

-Continuas publicando a un ritmo rápido tus libros. ¿Siempre son autobiográficos?

Sí. Es como un río, a medida que he crecido, el libro ha crecido también. Ya he terminado con mi vida en España. Ahora escribiré novelas cortas sobre Estados Unidos... Dentro de unos dos años, más o menos, sobre China.

-Otra faceta tuya es la literatura clásica china. Has sido, durante dos años, profesora de la Universidad de Cultura China, acabas de publicar un libro con dos cintas magnetofónicas sobre la novela "En la orilla del mar" ...

Me preocupa mucho. Los jovenes viven de espaldas a nuestra cultura clásica china. Hay montones de ediciones, muy baratas, de esa literatura, pero no las compran. ¿Conoces a alguien que se vuelva loco de entusiasmo por las emisiones en televisión de ópera clásica? El mundo está cambiando, así es la historia y no se puede evitar, yo también, todos... En época de mi madre ya no se vestía al estilo chino, pero eso no tiene importancia. Lo importante es la mentalidad, el corazón. Hoy el mundo se hace uniforme, por el avión, la televisión ...

-¿Crees que las nuevas técnicas de comunicación pueden cambiar al escritor?

Creo en la voz. Grabaré una cinta con mis cuentos. Antes sólo nos podíamos comunicar por escrito, ahora con voz e imagen. Por eso cambiamos los escritores. Es otra dimensión. Mi próximo plan es hablar, utilizar los recursos de mi voz. Pero no creo en el vídeo: es aburrida la cara de una persona. Tampoco quiero llevar al cine mis relatos. Un libro depende de la imaginación de los lectores, de quien lo lee. Si todo se pone tan evidente, tan claro como en el cine, se estropea, se atrofia la imaginación del lector. Cada uno ve de una forma diferente lo que lee. Incluso estoy en contra de poner mi fotografía en mis libros. Además, pagan muy poco en el cine.

-Hay cosas que no haces por dinero: tus innumerables charlas...

No, claro. Son por ayudar a los jóvenes. Quiero aparecer ante ellos para que vean que he luchado yo misma, que no hace falta que todos entren en la universidad, que todos hagan lo mismo, que sigan el camino de su familia. Hace falta que tengan fe en sí mismos, que tengan independencia de pensamiento.

-¿Qué proyectos tienes?

Publicar dos libros más y, si económicamente puedo, vivir un par de años sin trabajar. Estoy cansada de mi estilo de escribir y querría, en esos dos años, leer más libros clásicos. Después, mi estilo será algo diferente. □


"Noche de Teatro"

POR SAN MAO.

Aquel mediodía los rayos del sol atravesaban las espesas nubes y agobiaban con su bochorno la plaza.

Todavía estamos en Cuzco, esperando el tren para subir a Machu Picchu: sin verlo no saldré de Perú. Interminable espera, que ya es un trozo de vida incrustado en el corazón, que ya se cuece lentamente dentro del cuerpo con la incesante lluvia: una opresión lenta, pesada y nueva.

Mi viaje se ha detenido en esta antigua ciudad. Esta plaza es el centro de todo movimiento. En su limpia amplitud me siento, todos los días en el mismo lugar, sin cansarme de contemparla.

Aquel día estaba en la escalinata de piedra de la catedral, con la barbilla en la mano y el codo en la rodilla. Miraba, en silencio, el ir y venir de las gentes. Junto a mí, el perro blanco que siempre se me acerca.

En la plaza venden recuerdos: la mayoría de los vendedores son mujeres y niños andinos: se ven pocos hombres.

Aquel hombre apareció como cual­ quier otro. Con un traje gris, más bien viejo, con un jersey beige de cuello alto, el pelo cortado al estilo antiguo, patillas rapadas, y en la mano, una maleta: es un andino de mediana edad.

Tres o cinco grupos de turistas toman el sol en la plaza. Como aquel hombre no lleva nada en las manos para vender y se dirige a cada turista, me llama la atención. Veo como la gente, sin acabar de escucharle, niega con la cabeza. Y él se marcha, dándoles las gracias. Por eso no dejo de seguir sus pasos con mi mirada.

Los cuzqueños tratan a la gente con tanta amabilidad y humildad que resultan difíciles de describir con palabras. Al igual que en Ecuador, son hijos de los Andes.

Con este caracter suave, pacífico y obediente, el mapa del Imperio Inca se extendió desde Argentina y el norte de Chile, por Bolivia, Perú y Ecuador, hasta el sur de Colombia. El Imperio Inca utilizó, durante casi cuatrocientos años, un socialismo exigente para controlar a esta raza del Altiplano. A comienzos del siglo XVI, ciento ochenta conquistadores españoles lo invadieron. En comparación con ellos, el Imperio Inca era más ingenuo.

Aquel hombre del maletín recibió negativas una y otra vez, sin desanimarse. A pasos lentos iba hasta otro turista.

No parecía pedir limosna. A cada nueva negativa saltaba mi corazón, deseando que, luego de veinte o treinta preguntas, alguien le contestara afirmativamente.

La lluvia, como cada mediodía, se precipitó en gruesos goterones. La gente de la plaza desapareció de pronto. Sólo quedó el hombre del maletín, a lo lejos, de pie en medio del vacío, con la mirada pérdida.

Detrás de mí está la puerta de madera de la catedral: un buen lugar para guarecerse de la lluvia. Cuando empezó, me tapé con un trozo de plástico color naranja. Además, colgué un paraguas en el aldabón de la puerta, de modo que donde me siento aún está seco.

Quizás el color naranja, demasiado llamativo bajo el agua, atrajo a aquella figura hacia mí.

Observé como, a medida que se aproximaban sus pasos, avanzaba una tensión enorme: ¿qué quiere este hombre? Sin llegar a una distancia que nos permita hablar, aquel rostro marrón, lleno de agua y cansancio, estruja una sonrisa solícita, tantas veces dedicada a tantas personas.

Al ver su gesto, nace en mi alma una gran compasión.

-Buenos días- sin secarse el agua, dobla su cintura ante mí.

-Siéntese, aquí está todavía seco- me desplazo y le señalo los escalones.

El no se atreve. Me mira como asustado. El perro blanco comienza a ladrarle. Como soy su última esperanza en la plaza, pienso satisfacer su deseo, cualquiera que sea.

-¿Se puede saber si a usted le gusta la danza y la música?

Asiento, apartando el paraguas.

-Nosotros somos un grupo de danza típica nacional. ¿Quiere usted ver un maravilloso espectáculo? -dice estas palabras con timidez y aspereza.

-¿Usted baila también?-le pregunto.

-Toco la quena- se muestra contento, al contestarme con rapidez.

Le sonrío y digo:

-Un músico- pensando en este pobre hombre bajo la lluvia, no quiero entretenerle.

-¿Cuánto vale una entrada? - le pregunto directamente.

-No mucho... sólo tres dólares. Dos horas de función. Además, puede sacar fotos.

Se puso nervioso al hablar del precio: ¿será caro o no para mí?

-Deme tres.

Me levanto para sacar el dinero del bolsillo. Al calcular la moneda peruana, me faltan mil soles. No quiero sacar delante de él todo el dinero que llevo escondido en otro bolsillo, y le digo:

-No tengo más en este momento.

-Entonces, usted puede pagarme esta noche- y me devuelve el dinero que le he dado.

-Le pago esto, y por la noche le doy el dinero que falta, ¿vale?

Miro a este artista, sin idea de negocios, que se fía demasiado de la gente, que con tanta dificultad ha vendido sólo tres entradas y ni siquiera es capaz de cobrarlas.

-Nuestro sitio es un poco difícil de encontrar. Le dibujaré un plano.

Abre su maletín, saca un trozo de papel, y en cuclillas bajo la lluvia, empieza a dibujar.

-Si está la dirección en la entrada, ya la encontraré. Está usted empapado, váyase ya. Muchas Gracias.

Nos damos mutuamente las gracias.

Cuando se aleja, grito:
-¡No se olvide de que le debo dinero!

Vuelvo al hotel para buscar a Miguel y a Eduardo. No les encuentro y voy al salón para ver las noticias de la televisión. Concentrada en las imágenes, alguien toca mi cabeza con el mango de un paraguas:

-Mejor te haces peruana... Escuchando a nuestro ministro como una tonta de capirote.

Miro a Eduardo y le sonrío mientras sacudo las tres entradas:

-Esta noche te invito a ver tu danza nacional.

-¿Me invitas a mí, a un peruano de toda la vida? ¿Crees que voy a ver ese engañaturistas? Además, ¿a quién se le ocurre caminar con la lluvia y el frío de esta noche?

-La entrada sólo cuesta tres dólares. En el viaje no pude hacer mucho con tres dólares. Y en Cuzco hay muchos sitios para gastar dinero.

-Si no arreglan la vía del tren, podemos asfixiarnos aquí. Hasta las atracciones para turistas iremos a ver... ¡ay! -dice Eduardo- Sin ir a Machu Picchu no me voy de aquí.

-La entrada está comprada, ¿vienes o no? -le pregunto.

-¿Es una cita conmigo?- sonríe.

-Loco.

-Bueno, hasta la noche. Ponte guapa- y se marchó.

He dicho en el hotel que me llamen a las seis de la tarde, también a Miguel, he puesto el despertador... pero no puedo dormir una siesta.

-¿Por qué estás tan nerviosa?

Aunque lleguemos un poco tarde, sólo perderemos un baile - dice Miguel.

-Quiero ir cuanto antes para pagar el dinero que falta. Si ya ha empezado, en un teatro lleno, no encontraré a aquel hombre, y no podré dormir en toda la noche.

-No se escapará. Estás tonta por el soroche.

-El toca la quena y se olvidará de mi deuda-insisto.

Así, peleando con Miguel, se hace la hora. Y mi dolor de cabeza no quiere mejorar.

El viento y la lluvia arrecian. Baja la temperatura nocturna del Altiplano. Eduardo ha dicho que quiere ver el partido de fútbol en la televisión y no hay manera de hacerle cruzar la puerta del hotel.

-Vienes conmigo. Tu trabajo es sacar fotos-fuerzo a Miguel pues temo que tampoco quiera venir.

En la zona del mercado roban incluso durante el día. Por la noche no es aconsejable ir sola. El local del espectácu­ lo está por allí cerca.

Ofrezco la entrada sobrante en la calle y nadie la acepta, como si fuera una ofensa. Sin cenar, contra la lluvia, tiritando de frío, con barro hasta los tobillos, Miguel y yo caminamos hasta empapársenos los pantalones.

La verdad es que no me interesan estas atracciones turísticas. Pero tengo que ir para pagar mi deuda.

Al llegar a la dirección escrita en las localidades, no se oye nada en el interior. Empujo una puerta de hierro y aparece un largo pasillo con muchas ventanas por las que se asoman cabezas a mirarnos.

-¿A ver la danza? Sigan, sigan-vocea alguien.

Al pasar ante las ventanas, las gentes dejan de cocinar para contemplar, con ojos redondos, como avanzamos.

¿Es tan extraño que acudan especta-dores? ¿Vale la pena mirarlos con tanta atención? Actuarán todas las noches ...

Zigzagueamos hasta una puerta de cristal opaco, que empujo suavemente: un teatro bastante bueno se esconde al final de este negro y helado pasillo. Nadie enciende la luz. Casi doscientas butacas, completamente nuevas, reflejan un frío gris azulado en la oscuridad.

Miro el reloj de Miguel: son las seis y media, justo la hora que indican las localidades, pero la sala está vacía. No sabemos qué hacer: ni entrar, ni salir.

De pie, otra vez en el pasillo, vemos avanzar precipitado al hombre del mediodía. Nos ve y pide perdón, mientras corre a encender todas las luces del teatro.

-El resto del público todavía está cenando. Por favor, esperen ustedes quince minutitos. O váyanse ustedes ahí enfrente, a tomar una taza de café.

Su gesto es tan fatigado, tan mojado su viejo traje, que su pretendida amabilidad y alegría al hablar no esconde la enorme tristeza que siente.

-Le doy los mil soles que le debo- digo yo.

-Ah, gracias, no hay prisa- dobla otra vez la cintura y alarga las dos manos para recoger el billete.

Tres personas en pie, azoradas, sin saber qué más decir.

-La verdad es que hemos vendido todas las entradas a un grupo de turistas. Están cenando. Llegarán en seguida. -Vamos a tomar un café. No hay prisa- y tiro de la manga de Miguel.

Antes de salir, le pido a aquel hombre:

-Por favor, guárdenos dos asientos en la tercera fila, al lado del pasillo. No deje que nadie los ocupe.

-Seguro que serán para ustedes. No se preocupen- dice casi al borde del llanto.

Camino rápida hacia la salida. No hay ningún sitio para tomar café. Sólo un ruidoso negocio de máquinas tragaperras.

Estamos en la calle. De nuevo veo al hombre del maletín, que lucha para vender entradas a la gente que se refugia bajo los soportales de la fuerte lluvia. □

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