05/05/2024

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Taiwán Hoy

Historia de dos artistas

01/09/1985
Cuando una obra constituye en sí misma una expresión directa del hombre, como en los casos de Lei Chung (雷忠) y Chen Shan (陳善) , dos solitarios artistas de Taoyuan, esto puede apreciarse a simple vista. Viviendo como a dos kilómetro de distancia, se hicieron grandes amigos luego de conocerse hace más de un año. Aunque sus percepciones artísticas se encuentran balanceada en los polos opuestos de la sensibilidad estética, están íntimamente relacionados por el campo común del estilo de vida e integridad artística. Lei Chung se retiró del mundo hace cuatro años, haciéndose ilusiones sobre lo que quería pintar. Desde entonces, ha pasado la vida casi totalmente dentro de su pequeño estudio, bajo los inclinados aleros de una antigua casa de madera. Lo encontré como dentro de su nido, rodeado de revistas y libros, con pinturas y materiales encima de la obra sobre la cual estaba trabajando. Se encontraba tan concentrado en su trabajo que no se dio cuenta de nuestra llegada, por lo que continuó su meticuloso trabajo, al igual que un ilustrador antiguo. Quizás esa atmósfera podría formar parte de sus obras ya terminadas. Chen Shan, quien suele firmar "Yi Shih" (Una Piedra), abandonó su modesta riqueza para asumir el control de la fábrica heredada de su padre; dejó la administración al cuidado de su esposa y ella por su parte, delegó estos asuntos a otra persona, trasladándose con sus seis hijos, a un tranquilo vecindario de Taoyuan, en donde viven actualmente reunidos en torno a su arte. Muy por el contrario de Lei Chung, al llegar a su casa, Chen respondió a nuestra llamada desde la calle y bajó los escalones de cuatro en cuatro, para recibirnos. Su evidente buena salud y energía se reflejan en las dos tendencias de su vida artística: coleccionar piedras y pintar animales y pájaro. Cuando selecciona una piedra, Chen le da rienda suelta a su imaginación: si usted deja volar su espíritu, atravesará junto con él las obscuras planicies hasta la base de los rugientes alpes y finalmente se establecerá allí, bajo el abrigo de su magnificencia. Al llegar allí, su mente se encontrará entonces preparada para enfrentar la manada de grullas que sobresalen sorprendentemente de la masa negra de un cuadro colgado en la sala de estar de su casa. Es una obra imaginativa; sobre un fondo de tinta negra con puntos blancos, pájaros en pleno vuelo ante la llegada de la tormenta. Las obras de Lei Chung son muy diferentes; dependen no solamente de contrastante impactos, sino que del fino detalle, en una recreación del estilo tradicional y populista del arte chino, ejemplificado en las obras de arte del budista antiguo Tunhuang. Lei estaba dispuesto a mostrarnos solamente un número limitado de sus obras, pertenecientes todas a sus últimos años de concentración a tiempo completo en la pintura. Además, explicó la escasez de ellas, indicando que completar la mayoría de sus obras le llevó uno o dos meses, aparte de una extensa preparación en investigar y reunir todos los materiales necesarios para crear una autenticidad similar a la de las grandes obras antiguas. Trata de conseguir también útiles del Japón y de Hong Kong: pigmentos, pinceles, telas de seda, así como publicaciones acerca del arte chino. Lo único que le queda de su primer año de esfuerzos son las dos únicas pinturas que consideró que valía la pena conservar: ambas muestran unos cazadores de la antigua dinastía Han. La primera obra muestra a un aristocrático joven, que va de cacería montado sobre un elegante caballo. La figura permanece en relieve sobre un fondo de variados colores, simbólico de la superficie de piedra sobre la cual fueron hechas originalmente las pinturas de Tunhuang. Las variaciones de colores son sencillas y las líneas y formas agudas y exageradas, para mantener el estilo. La otra obra desarrolla el mismo tema; sin embargo, Lei se ha permitido cierta licencia en la expresión de detalles, dando como resultado dos cazadores de mirada salvaje, enloquecidos por la persecución y con grandes deseos de matar; héroes brutales y valientes, que se asemejan a Ching Ko, descrito por el antiguo historiador Ssu Ma Chien en su colección de Biografías de Asesinos. Fueron pintados con la misma técnica que el joven noble, exceptuando que los mayores detalles en las líneas finas resaltan la naturaleza salvaje. Siguiendo a ésto, Lei se concentró en los estilos artístico de Tunhuang, cuya inspiración se inició hace 39 años, cuando asistió a una exposición de arte de Tunhuang en Cheng Tu, provincia de Szechuan. En el Buda del Paso de la Merced (tzu hang, el camino de la salvación), Lei lo presenta sentado, pero elevado sobre un fondo de nubes, lo cual es producto de su propia imaginación. En otra pintura, un Buda y sus ayudantes se encuentran en el camino a la corte del juicio espiritual; suspendido encima del Buda se encuentra una pagoda ornamental. Las figuras son del típico estilo Tunhuang, aunque la composición de Lei les permite ser más libres. La obra principal de Lei es una pintura en seda del Buda de las mil manos y los mil ojos: un Buda de la mahayana, la escuela del budismo, magnánimo, lleno de merced y consciente de los sufrimientos de la humanidad, observando con miles de ojos y percibiendo todos los sonidos del mundo. La composición circular está llena de detalles de significado religioso. Esta obra constituye también una demostración de la sólida creencia de Lei de que uno mismo tiene que enfrentarse con el budismo para poder en­ tender realmente el arte Tunhuang. Además de los budas se encuentran escenas que presentan la humanidad asociada. "La Bailarina" muestra a una muchacha que baila en elogio al Buda, de una de sus series. "Tres damas en espera", ayudantes de la corte con intimidaciones del sufrimiento y monotonía de sus vidas detrás de su elegancia y belleza. Sus obras más recientes muestran una serie de mujeres en forma individual: diferentes aspectos de la dama culta tradicional en su rutina diaria: maquillándose por la mañana, más tarde, música al mediodía y luego en la recepción de invitados por la noche. Todo ello manteniendo el estilo y elegancia especial que resaltan de lo tradicional. Llegar a la casa de Chen Shan, fue como el encuentro con un arrebato de viento... del presente. Al levantar una piedra de veinte kilos y tocando su superficie, Chen indicó que era su pieza favorita. Debido a su lustre café-amarillento, parece una piedra de cera; su superficie está toda agrietada: "arrancada por la fuerza de la naturaleza -agregando- para mí, esta piedra tiene música; la mayoría de las piedras tienen algo así como un ángulo crítico de observación, pero ésta, la puede usted observar desde todos los puntos, disfrutando totalmente cada experiencia." Habló acerca de otra piedra, negra y lustrosa, balanceándola en la palma de la mano: "Ve aquí, esta piedra, debe observarse desde aquí. Existe un paso natural que se acerca desde estos pasos; luego está la planicie; desde aquí puede llegar hasta donde le lleven los ojos, pasando por entre grandes y pequeñas colinas." "Tome esta otra -agregó- tomando una piedra negra que parecía un pájaro; solamente se asemeja a un pájaro cuando la vemos desde este ángulo. Es algo más que una piedra maravillosa." "Nosotros, los chinos amamos el color negro -declaró-. Observe aquí en esta piedra negra y verá algo cierto y seguro. Compare con esta piedra blanca y lo entenderá", agregó e hizo que me parara enfrente de una pieza segmentada de piedra blanca, que se asemejaba a las montañas de Shih Lin. "Es intangible -dijo- no me siento seguro con esta piedra." Es una lección para el mundo que estos dos artistas tan característicos tengan en común una apreciación tan profunda de las obras de uno y otro. Existe en ambos otro aspecto común y revelador: que se han mantenido aislados con sus obras, rehusando exhibirlas o tratando de promoverse o darse a conocer por sí mismos. □

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